Por Ricardo Serruya.
“Quien sabe que se comete un crimen y no lo denuncia, es un cómplice”.
(José Martí).
Hardy es una pequeña localidad del profundo y extremo norte santafesino. Parece escaparse la bota, a pocos kilómetros se encuentra Florencia que es el límite con la provincia de Chaco.
Lo separan de la ciudad de Santa Fe 450 kilómetros y se llega transitando la siempre peligrosa ruta 11, luego de pasar por la pújante Reconquista y las olvidadas por el poder localidades de Villa Ocampo y Las Toscas.
Un letrero de letras blancas anuncia la llegada a Hardy. La mayoría de sus menos de 2000 habitantes le gambetean a la pobreza y al olvido de las políticas provinciales apostando a la pequeña producción agrícola en pequeñas parcelas que resisten a la sequía que todo lo seca, todo lo mata.
En una de estos emprendimientos familiares viven Flavia Zanutigh y Jorge Dubouloy. Ambos son los propietarios de una pequeña chacra de 34 hectáreas a la que llaman “Santa Inés” donde crían ovejas y chivos. Flavia pertenece al grupo “Mujeres Rurales y Campesinas” , un movimiento que, entre otras cosas, intenta visibilizar el rol de la mujer rural, que pueda tener un ingreso propio, apuestan al autoconsumo y a la producción agropecuaria y a la cría de animales de manera sustentable.
Además llevan a cabo, desde hace 8 años, una lucha silenciosa y tenaz contra las fumigaciones que se realizan sin control.
En un pueblo donde todos se conocen los enfrentamientos por el modelo de producción suelen ser violentos: por un lado un grupo de vecinos que se oponen a ser fumigados, que defienden el ambiente y la salud. Por el otro familias poderosas que no escuchan, no respetan y parecen llevarse todo por delante.
Una escenografía que se repite en casi toda nuestra geografía.
Lo que viven Flavia y Jorge, junto a otras familias es similar a lo que sufren muchas otras personas de la ruralidad argentina: una pelea desigual, despareja donde el poder arrasa con todo. En este rincón santafesino la mayoría de la producción se basa en el cultivo de soja y algo de trigo, y por la cercanía con Chaco, también se cultiva algodón, productos que forman parte de un modelo tecnológico que se basa en semillas modificadas genéticamente que luego deben ser fumigadas.
En muchos casos los campos donde se lleva a cabo esta práctica están frente a una casa donde viven familias.
La ausencia de una ley provincial que regule la distancia entre campos fumigados y ejido urbano ayuda a esta despareja situación. Flavia intenta dar una explicación: “Yo entiendo que el poder es muy fuerte, la policía y el presidente de la comuna responden a los grandes productores, no hay una ordenanza que nos proteja, no les importa, solo les importa el negocio no la salud”.
Hace un tiempo se unieron al colectivo” Paren de Fumigarnos”, una organización provincial que denuncia las secuelas que deja el modelo productivo transgénico y fumigador y que boga por una ley que limite las fumigaciones terrestres, prohíba las aéreas y fomente la agroecología. Tanto Zanutigh como Dubouloy pertenecen a este colectivo y son una voz que denuncian y no callan.
Hace 8 años que la fiscalía y la policía reciben denuncias que, en el mejor de los casos, forma parte de papeles que luego son archivados, pero hace dos semanas los hechos tomaron un color que parece ser sacada de una película de matones, hampas y mafiosos.
“Personas armadas y con perros entraron a nuestra chacra –comenta Flavia Zabutigh- y se llevaron 11 chivos y 13 ovejas que forman parte de nuestro pequeño emprendimiento … lo hacen para silenciarnos, para callarnos, no se trata de cuatrerismo, sino de una práctica mafiosa “
Los dichos de esta mujer campesina tienen fundamentos, pues los animales fueron encontrados cerca de la chacra, cruelmente asesinados, mutiladas o atadas a un poste para ser devorados por otros animales. No son los únicos animales que sufrieron esta inquinia: una yegua – que la ofrecían de manera desinteresada para rehabilitar a personas con alguna discapacidad a través de la equinoterapia, – también fue mutilada y asesinada.
Tanto Flavia como Jorge no dudan que se trata de un mensaje mafioso para callarlos y, lejos de la pena por la muerte de estos animales y la pérdida económica siguen hablando, denunciando y alertando ante cada micrófono que se le acerca.