(Por Ricardo Serruya)
Los mercaderes de la vida nuevamente ponen a toda la humanidad en peligro. Conflictos bélicos entre Rusia y Ucrania y el de Israel y Palestina, con las intervenciones de Irán y Estados Unidos prenden –nuevamente- una luz roja y vuelcen a poner en peligro a la toda la vida del planeta.
Una vez más la humanidad y la existencia toda es espectadora de, como un puñado de inconscientes, juegan con nuestro destino y con el futuro.
Las guerras modernas no solo ponen en peligro la vida de los territorios donde se llevan a cabo sino que se extienden a todos los habitantes del mundo. Una especie de apocalipsis que se extiende a aquella “aldea global” de la que hablaba el comunicador canadiense Mc Luhan. En este caso las proximidades tecnológicas no son para favorecer el flujo informativo, sino para destruir la vida existente.
Cada vez que episodios bélicos suceden el lamento general suele centrarse en las víctimas que estos conflictos generan. Una preocupación válida y empática pues en esta violenta locura se pierden miles y miles de vida. No solo de aquellas que combaten, de las que residen en el escenario de conflicto, sino también de las que, como canallesca y eufemísticamente se las nombra, víctimas colaterales dejando secuelas tremendas como el destrozo de los núcleos familiares.
Pobreza, desocupación, inflación, infancias que quedan sin padres, reconstrucción de ciudades son parte de un abanico de calamidades que quedan luego de terminada la guerra.
Las ambientales son otras de las consecuencias que quedan y de las que poco se habla.
CONSECUENCIAS AMBIENTALES
Las guerras modernas, planificadas y orquestadas a distancia, se abastecen con el uso de armas químicas y biológicas que son altamente contaminantes del aire, el suelo y el agua. Esta contaminación puede perdurar por centenares o miles de años. El entorno queda sumamente dañado. Vida animal y vegetal es agredida. Territorios enteros quedan devastados
Estas son algunas de las consecuencias, aunque no son todas.
Incendios, explosiones, quema de combustibles fósiles se transforman en un cóctel mortal que libera gases de efecto invernadero y demás partículas contaminantes en la atmósfera. La guerra moderna no finaliza cuando las tropas se retiran del, como le dicen, “teatro de operaciones”, ni cuando dejan de caer misiles teledirigidos.
Francisco Estrada es mexicano y forma parte del Instituto de Ciencias de la Atmósfera del país azteca, además coordina el área de Cambio Climático de la Universidad Nacional Autónoma de México. En ocasión de ser entrevistado por en canal N+ afirmó que “Las guerras tienen un impacto directo. Dependiendo del tamaño tendrá un efecto en el clima a nivel más local o regional por la emisión de sustancias o gases de efecto invernadero y por los aerosoles atmosféricos. Además -dijo- tenemos muestras en la temperatura global: se puede rastrear los efectos de la Primera y la Segunda Guerra Mundial que produjeron cambios de la temperatura . En guerras más chicas los efectos más importantes son los indirectos, son los que quedan sobre la política energética, de emisiones y el impacto que eso tienen en las decisiones socioeconómicas de los países”

Son tantas las consecuencias en el entorno que generan las guerras que Naciones Unidas fija un día cada año –el 6 de noviembre- como la jornada internacional para la prevención de la explotación del medio ambiente en la guerra y los conflictos armados. Una decisión que resulta tan interesante como incoherente, pues si bien es loable que, al menos un día al año, la humanidad piense y actúe en conjunto para concientizar sobre las consecuencias ambientales que dejan la guerra, un tópico olvidado, no queda claro como prevenir este daño ambiental que ocasionan las nuevas tecnologías bélicas.
Profundizando lo planteado por Francisco Estrada podemos ampliar con datos concretos. La primera guerra mundial se llevó al vida de cerca de 18 millones de personas, además contaminó el suelo y el agua con armas químicas de manera tan bestial que en nuestros días, cuando ya pasaron 111 años de aquel conflicto, perdura. La segunda guerra mundial fue mucho más cruel. Cerca de 60 millones de personas perdieron la vida y, además, generó una contaminación sin precedentes. El uso de las bombas atómicas produce todavía hoy inconvenientes. El hundimiento de armas y de casi 2 millones de toneladas de municiones en los mares del Norte y el mar Báltico contaminó ecosistemas marinos y aún en nuestros días libera componentes tóxicos.
Otros conflictos armados también ocasionaron – y lo siguen haciendo- destrucción del entorno, contaminación y envenenamiento. Vaya este incompleto resumen a manera de demostración
* Se calcula que cerca de 3 millones de personas murieron durante la guerra de Vietnam. En aquellos días el ejército de los Estados Unidos utilizó lo que, de manera coloquial, se conoció como el “Agente Naranja”, un componente químico fabricado por la por entonces Empresa Monsanto (hoy Bayer-Monsanto) que servía para arruinar los cultivos de arroz. El propósito era destruir el principal alimento de la dieta de los vietnamitas y así tener población y soldados débiles, fáciles de vencer. Su uso demostró que, además, afectaba la salud de las personas por lo que se usó como arma química. El resultado fue la afectación del territorio y de los cuerpos que habitaban esos territorios.
* Durante la guerra del golfo (aunque quizás lo correcto sea decir invasión a Irak para apropiarse del río Eufrates) se calcula que más de 100 mil soldados iraquíes perdieron la vida. La coalición internacional denunció 500 bajas y se estima que cerca de 30 mil civiles murieron. El terreno fue devastado: se incendiaron pozos petroleros y el derrame de crudo fue tanto que afectó la vida marina y la calidad de aire.
* En Kosovo la utilización de uranio generó consecuencias para los ecosistemas y la salud de las personas que allí residen.
* En siria el agua fue contaminada de maneta tal que especies completas se extinguieron.
* En nuestros días Ucrania ve como sus bosques y otros ecosistemas terrestres y marinos son depósito de residuo bélico. Santiago Molina es español y experto en temas ambientales, entrevistado por la radio y la televisión española afirma que solo en el primer mes de esta guerra se produjeron explosiones asociadas a combustibles y se ha generado residuos y contaminación de agua que en cualquier otro momento, con una centésima parte de lo que está pasando, estaríamos alarmados.
La afirmación del ambientalista español asusta.
Hoy el conflicto que enfrenta a Israel con Palestina ha causado deforestación y manejo inadecuado de la franja de gaza, la presencia de humo tóxico y de gases nocivos en el aire respirado por sus habitantes y la contaminación del agua que se usa para consumo humano.
Todos los conflictos armados generan contaminación tóxica por diversos factores, pero en el último tiempo el ataque a refinerías, plantas químicas e instalaciones energéticas u oleoductos han potencializado las consecuencias ambientales.
En épocas donde el uso de armamento químico y nuclear es una constante, esta amenaza debiera generar una preocupación mayúscula
No es así.
Pablo Lada es activista ambiental, referente del Movimiento Antinuclear de Chubut (MACH), miembro de la Red Nacional de Acción Ecologista (RENACE) e integrante de la Unión de Asambleas de Comunidades de Chubut. Hace décadas que alerta sobre el peligro que significa apostar a la producción nuclear.
En una muy rica entrevista Lada asegura que vivimos uno de los momentos más peligrosos de la historia donde la humanidad debiera estar unida reclamando un fin a estas guerras contra la vida que desataron los poderes en su ambición irracional por dominarlo todo.
Sus aseveraciones no son exageradas y, para demostrarlo se pregunta “Qué pasaría si bombardean una central nuclear de las que producen electricidad? ¿Qué pasaría si bombardean la centras Bushehr, ubicada en Irán que produce 1000 megavatios? ¿ Qué sucedería atacan la central Israel de Dimona?”
Guerra Rusia – Ucrania. Foto: Rodrigo Abd.
Las preguntas resuenan fuerte y hacen reflexionar sobre temas que pocas veces se plantean ya que como dice el mismo Pablo Lada “ estrategia presente en los conflictos bélicos modernos es atacar estas centrales para generar destrucción masiva, cruzando límites que antes no eran factibles” , de hecho, recuerda nuestro entrevistado, “hace unos días Irán mostraba al mundo imágenes de misiles que apuntaban directamente a centrales nucleares, Si esto sucede –asegura Lada- se produciría una catástrofe, la región se tornaría inhabitable afectando gran parte de Europa”
El escenario dantesco ocurriría en cualquier lugar del planeta, por eso se asegura de precisar que si una central nuclear de las que genera energía eléctrica volara en Irán, las consecuencias serian para toda la zona devastador dejando un medio oriente inhabitable porque liberaría uranio y residuos radioactivos.
Lo dicho por el activista ambiental demuestra lo negativo que resultan las centrales nucleares ya que hoy no hace falta una bomba atómica para generar una destrucción masiva, alcanza con atacar una central. Las afirmaciones vuelven a poner en discusión la aseveración de que las centrales nucleares que generan energía son de uso pacífico, de hecho nuestro entrevistado es tajante cuando afirma “las centrales pacíficas no existen, los programas pueden serlo pero la central en sí no lo es, pues alcanza con solo experimentar un cambio de gobierno para transformar una central nuclear en un espacio de muerte” y aclara: “De hecho el plutonio que es necesario para las armas nucleares salen de los residuos radioactivos de las centrales nucleares. Israel es un caso paradigmático, su plan es pacifico pero luego hace la bomba.”
Silvina Bujan es Licenciada en Ciencias de la Comunicación, realiza periodismo científico y ambiental en programas de radio. Escribe en publicaciones nacionales y extranjeras. Es miembro de la red de periodismo científico y de la red latinoamericana de periodismo ambiental. Ha recibido diversos premios por sus trabajos sobre la peligrosidad de la industria nuclear. Como activista ambiental preside la ONG Bios.
Entrevistada por este periodista no duda en afirmar que la humanidad está en peligro por diversos factores. Aclara que no solamente lo está por lo más obvio: las guerras, sino que esta situación la sufrimos “desde la revolución industrial, desde que empezamos a emitir cosas al ambiente, desde la revolución verde que es cuando se empiezan a producir venenos de manera masiva, desde que se desarrolla la energía nuclear”
La demostración de esta visión la encuentra en las muertes prematuras por causas que antes no conocíamos: epidemias, patologías raras como diabetes o cáncer que antes eran cuantitativamente menores y que ahora brotan hace que debiera preguntarnos que hicimos mal.
Abordar las consecuencias que generan las guerras centrándose en lo ambiental podría ser interpretado como desubicado pues los conflictos bélicos –y más en estas épocas- genera una cantidad de bajas humanas, de vidas perdidas como correlato del uso de armas y la intervención de ejércitos tan profesionales como crueles.
Guerra Rusia – Ucrania. Foto: Rodrigo Abd.
Sin negar esta realidad y sintiendo el dolor humano que genera, no se puede obviar otro tipo de consecuencias que quedan y violentan la vida, tanto la natural como la humana que, además, persisten en el tiempo afectando territorios y personas. Cuantificar estas pérdidas resulta complejo. De hecho buscar información cuantitativa sobre lo que origina estos enfrentamientos es una ardua tarea y así lo reconoce la misma Buján: “No existe información sobre cuanto contaminan las guerras, este tipo de datos son tan estratégicos como misteriosos y no son medidos. Se cuentan muertos pero no contaminación. Una ONG británica realizó un análisis e informa que si la guerra fuera un país sería el cuarto con más contaminantes en el mundo”
Lo expresado por Silvina Buján es tan real que existe un día de cada año, el 6 de noviembre, donde Naciones Unidas nos invita a pensar sobre la manera de prevenir la contaminación en los conflictos armados. Una iniciativa que puede resultar políticamente correcta pero que choca con la terrible realidad de su imposibilidad, pues las guerras son en sí misma fuerte de muerte y contaminación.
Desde que los Estados Unidos lanzó la bomba atómica en Hiroshima, las guerras traen el temor en gran parte de la humanidad de un exterminio masivo con el uso de tecnología nuclear. Buján, coincidiendo con esta temerosa pero real mirada agrega que “los conflictos de hoy en día además dejan territorios abandonados que por mucho tiempo no pueden usarse, ambientes contaminados donde ya no pueden usarse para producir comida, ganado o para vivir” y agrega “los elementos que se usan en la guerra de nuestros días son altamente contaminantes porque son derivados de los hidrocarburos, se tira gran cantidad de químicos, se desparraman combustibles, aceites tóxicos, se destruyen represas que perjudica a pueblos enteros… o sea, las guerras de nuestros días tienen otras exterioridades que son tan cruentas como matar al otro”
Lo dicho por Buján, más lo que argumentó Lada no resulta exagerado. Uno de los focos de tensión mundial de estos días es el que protagonizan –una vez más- Israel e Irán. Ambos países tienen en sus territorios centrales nucleares y, ambos también, poseen como estrategia de exterminio atacar directamente estas centrales lo que generaría un problema de dimensiones no solo en estos países, sino en toda la zona y por un tiempo imposible de calcular, pues el material radioactivo se dispersa y no es sencillo de limpiar. Quienes vienen estudiando esta realidad hace tiempo afirman que estas consecuencias pueden perdurar por miles de años.
Como si este contexto no fuera, desde ya, trágico, los conflictos de esta era ocasionan enorme problemas que perduran una vez finalizados los enfrentamientos. Una de las consecuencias generadas son los residuos nucleares. La preocupación se centra en deshacerse de los residuos nucleares y en este caso se pone acento en lo preocupantes que resulta la industria armamentística nuclear. En análisis resulta incompleto si no se tiene en cuenta, como dice la misma Buján, que no existiría armamento nuclear, bombas atómicas, misiles nucleares si no existieran más de 500 centrales nucleares en el mundo.
No es fantasioso ni falso lo planteado. La industria nuclear comenzó con la fabricación de las bombas atómicas utilizadas en la segunda guerra mundial.
Las terribles consecuencias se expanden de manera geográfica, pero también lo hacen históricamente. Nadie puede predecir hoy que entorno se deja para el futuro. Silvina Buján es clara cuando se pregunta y se responde: “¿Y si en el futuro construyen algo arriba de un basurero nuclear? ¿Cómo señalar el lugar donde hoy enterramos desechos nucleares, en qué idioma, cuál será el código comunicativo en un futuro lejano?. Es un legado de muerte” –afirma la marplatense- “es dejar la muerte en el ropero, se trata de un gran dilema ético.”