Por Ricardo Serruya
Como muy pocas veces, esta semana que pasó el tema de le tenencia de la tierra en nuestro país fue noticia.
Es cierto que no es la primera vez que sucede: los casos de pueblos originarios en la Patagonia o en el norte argentino, las peleas del MOCASE en Santiago del Estero junto a miles de campesinos de toda la geografía argentina y tantos otros episodios más, demuestran que –desde la infame campaña del desierto donde unos pocos se apropiaron de miles de hectáreas- el tema de la tenencia de un medio vital para la sobrevivencia es constante.
Para algunos es un tema de vida o muerte, así lo testimonial el asesinato de integrantes de comunidades indígenas y de campesinos. Así lo refleja la realidad penosa de los que no tienen donde producir, donde trabajar o donde vivir. Para otros es un hecho de escandalosa riqueza: se trata de algunas hectáreas más para seguir llenando una cuenta bancaria.
Lo sucedido en Guernica, y en Entre Ríos, puso como pocas veces el tema en debate. Uno porque ocurrió en tierras de la provincia de Buenos Aires y terminó con una brutal guerra campal. El otro porque ocurre en el corazón de la patria sojera agro exportadora y pone en evidencia practicas terratenientes escandalosas
Aún así resulta necesario aclarar que episodios similares ocurren constantemente con los mapuches en la Patagonia, los Qom o los wichis en Formosa o Salta y con centenares de campesinos en toda la geografía del país.
Lo sucedido en Guernica y en Santa Elena tuvo prensa.
El conflicto judicial protagonizado por la familia Etchevere posee además algunos elementos que lo hacen más rico a la hora de analizar, pues a un conflicto legal de herencia familiar, se le suman proyectos opuestos de producción, de país atravesado –además- por episodios de violencia de género.
Este periodista no va a negar que, por convicciones personales simpatiza con lo planteado por el proyecto Artigas que plantea un tipo de producción sana, cooperativa y que prioriza el mercado interno. Por esto mismo era lógico suponer que diferentes sectores poderosos (léase entidades empresariales agropecuarias y ganaderas, la derecha política, la concentración de los medios, entre otros) se jugaban una patriada no solo económica sino ideológica.
Esa patriada, por ahora, los ganaron los de siempre. Los que soñamos con una manera distinta de producir, los que le ponen el cuerpo a una manera diferente de concebir a la tierra vimos –una vez más- como cierta política y determinada justicia falla de manera dispar.
No es que tengamos elementos legales para decir que se cometió una injusticia. Realmente no lo tenemos. Lo que si existe es una mirada sobre lo dispar que resulta esa señora que supuestamente tiene los ojos vendados, a la hora de fallar.
Resulta curioso con la velocidad que se falla para desalojar un emprendimiento agroecológico y lo que se demora para detener a los que queman espacios verdes en todo el país para extender la frontera agropecuaria. Uno sospecha porque no se fue tan rápido para investigar todas las denuncias que Luis Etchevere posee que van desde trata de personas, hasta quiebra fraudulenta de un diario, desde utilización de influencias para conseguir créditos para pequeños productores en beneficio de sus enormes estancias, hasta le expropiación de terreno donde estaba una escuela, desde las denuncias por haber protagonizado violencia de género, hasta la presentación de pruebas frágiles, desde las imputaciones por evasión fiscal hasta la de protagonizar crímenes ambientales.
Estas causas duermen el sueño de los justos desde hace décadas.
Subleva que para algunos casos la justicia sea tan lenta, tan inútil pero sobre todo tan dispar y que , para otros tan veloz, tan disciplinada.
Se podría seguir con ejemplos, pero nos detenemos en un episodio ocurrido en este mismo conflicto y en estos días. La primera resolución, la firmada por el Juez Flores, resolvió entre tantas cosas una perimetral producto de las múltiples amenazas que recibía Dolores, sus hijos y sus compañeros del Proyecto Artigas. Los hermanos Etchevehere no la respetaron, es más la desafiaron abiertamente, quedándose en el lugar y dando todo tipo de notas a medios nacionales que, obviamente, nunca le preguntaron por el tema. Una semana entera estuvieron violando una orden judicial y ningún fiscal, ninguna fuerza policial siquiera los invitó a retirarse. A las pocas horas de conocido el fallo de desalojo de Dolores y quienes la acompañaban un ejército de policías se presentaron para dar curso al la resolución judicial, entraron a la estancia y la detuvieron.
¿Dispar no?
Está claro que hay dos varas para medir.
La presencia de personeros de la clase política nacional y provincial apoyando al ex ministro de Macri ejerciendo lo que tanto odian: un piquete, el acompañamiento del mismo Auditor General de la Nación, Miguel Pichetto, en el lugar, son claras muestras de cómo funciona el entramado de poder y que, desde hace un tiempo, no disimulan.
Este episodio no finalizó, seguirá su curso en los tribunales. Guermica fue desalojado pero seguramente habrá otros episodios de tomas de tierras por quienes no tienen nada, nada material, pero fundamentalmente no tienen nada que perder.
Habrá otros episodios de reclamos de tierra por parte de pueblos originarios y de campesinos.
Seguirán los reclamos de vecinos de pueblos fumigados, de campesinos y pequeños productores por un modelo distinto de producción.
Si la clase política no entiende que la crisis social, civilizatoria y ambiental que vivimos nos pone en la encrucijada de una manera distinta de tenencia de la tierra, de producción saludable, de distribución de la riqueza, los episodios vividos esta semana serán solo otro eslabón de una cadena que, tarde o temprano, debe romperse.
De no romperse, estallará.
De ellos depende.-