(Por Ricardo Serruya)
Cuando se publique este artículo la COP 30 estará finalizando.
Del 10 al 21 de noviembre en la puerta de entrada a la Amazonìa, en la mítica ciudad de Belén, representantes de 190 países debatieron acciones que mitiguen la crisis climática generando acciones que reduzcan las emisiones de gases de efecto invernadero basadas en combustibles fósiles.
Dejaremos para un próximo artículo cuales fueron las acciones que los delegados se comprometieron a llevar a cabo y como resultó la firma del documento final. En este caso nos centraremos en otro tipo de lecturas que oscilaran entre lo cuanti y lo cualitativo y el rol de distintos países, incluido en nuestro.
Una lógica y perogrulla primera lectura cae en la obviedad y lógico pensamiento –aunque doloroso- que siendo esta la cumbre número 30 poco se ha avanzado. En estos últimas tres décadas mucho se ha debatido, se realizaron promesas y hasta se llegaron a acuerdos pero casi nada se ha logrado. No es una falsedad ni una exageración afirmar que la necedad y la ambición han dado de bruces con cualquier atisbo de avanzar para paliar la crisis climática que azota al mundo. Una situación difícil de entender ante tanta evidencia –empírica y gnoseológica- sobre la existencia de un cambio climático que genera, entre otras tantas cosas, muerte de territorios y personas, colapso económico y genera refugiados ambientales.
Más allá de las demostraciones que regularmente vemos: lluvias torrenciales, tornados, tropicalización del clima, sequías e inundaciones, el mundo científico viene alertando sobre esta realidad. Una alerta que hace 170 años ya había planteado la científica Eunice Newton.
Desde hace un tiempo el mayor número de refugiados son los que deben emigrar por cuestiones ambientales. Por primera acudimos a la realidad de que existen más personas que deben abandonar sus lugares por cuestiones climáticas y ambientales que los que deben hacerlo por guerras, conflictos raciales, religiosos, o geopolíticos.
Aún así resulta auspicioso que, negacionismo mediante, cada vez sean más los países que envían representantes a esta conferencia de las partes que pasaron de congregar, en sus inicios, 5000 personas, para aumentarlo exponencialmente a la cifra de 50.000 delegados en esta última edición. Un dato alentador aunque lo que se debiera reducir en la cantidad de gases que se vierten a la atmósfera, ese parámetro no solo no disminuye sino que aumenta a pesar de dos acuerdos: el firmado en Kioto y en París donde hubo compromisos para bajarlos pero no se concreta.
¿SERA DISTINTO ESTA VEZ?
Resulta lógico entonces preguntarse: ¿ante esta realidad que puede pasar en Brasil?
Las respuestas son variadas. Desde la visión optimista se puede argumentar que, siendo cada vez más los países que por convicción o por alinearse con los EEUU niegan esta realidad y hasta “boicotean” esta cumbre, se siga realizando resulta importante. Por otra parte también resulta auspicioso que en su apertura sean 113 los países que hayan –al menos en lo discursivo- actualizado sus metas de reducción de emisión de gases de infecto invernadero. El número de naciones comprometidas resulta ser un dato alentador sobre todo si se tiene en cuenta que en septiembre de este año (hace solo dos meses) solo 64 países habían presentado sus metas.
El dato resulta ser tan auspicioso y positivo como insuficiente ya que si se lleva a la práctica (muchas veces solo son declaraciones para la tribuna) igualmente no alcanza para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados comparado con la era pre industrial que es a lo que debemos llegar para paliar las consecuencias.
Otra de las preguntas que surgen de este encuentro es si habrá resultados a corto plazo. La respuesta, por mucho que duela, es que no. En la actual crisis climática el planeta debe bajar la emisión de gases y el dato concreto es que anualmente emitimos más. Para tener modificaciones positivas palpables debiéramos reducir, en los próximos 40 años, más del 40% de los gases nocivos para la atmósfera y además llegar a la meta de triplicar la producción de energías renovables, metas estas que hoy parecen imposibles de alcanzar.
HAZ LO QUE YO DIGO Y NO LO QUE YO HAGO
Si nos detuviéramos solo en los discursos y las declaraciones de buena voluntad, el panorama sería mucho más optimista. Representantes de peso de diferentes países no solo anuncian un cambio en la matriz productiva sino que hasta firman documentos comprometiéndose a protagonizar ese cambio. Es el caso de Brasil. En la apertura de esta conferencia su presidente, Ignacio Lula, dio la bienvenida a los asistentes y expresó palabras por demás de alentadora: instó a imponer una nueva derrota a los negacionistas que minimizan o rechazan la evidencia científica sobre el calentamiento global, habló de la necesaria transición energética haciendo especial hincapié en que, además, debe ser justa con el sur global, del respeto que necesitan los bosques y los pueblos originarios, del cuidado de amazonas y hasta de conectar metas climáticas con desarrollo productivo y tecnológico.
Un discurso alentador.
Sin embargo esas declaraciones –como sucede con muchas otras- se da de bruces con la realidad. Brasil es el país latinoamericano que más emisiones de gases de efecto invernadero produce.
¿Y POR CASA COMO ANDAMOS?
Argentina denuncia emitir solo el 0,7% del total planetario de gases de efecto invernadero, un indicador mentiroso ya que no tiene en cuenta un abanico extenso de actividades y acciones que se suman a la emisión de gases que soporta el planeta. A la hora de computar quienes hacen las estadísticas no tienen en cuenta, por ejemplo, que exportamos hidrocarburos que se sacan del subsuelo de nuestra geografía y que se queman en algún otro sitio del planeta. Tampoco se considera los gases que se emiten por la actividad agrícola del monocultivo fumigador, la práctica agropecuaria y la deforestación.
La participación oficial en las cumbres es penosa, solo asisten representantes nacionales de muy baja línea, con escaso o nulo poder de decisión. La mayoría de los representantes argentinos fueron enviados por los gobiernos provinciales a los que se les suma periodistas, activistas ambientales y científicos.
Ya en la COP 29 realizada el año pasado en Bakú, Azerbaiyán, el gobierno argentino solo envío una muy pequeña delegación de técnicos que solo fueron a participar de un taller que les brindó herramientas para poder realizar y presentar en la confección de un documento informativo. Finalizada la actividad recibieron la orden de abandonar la conferencia.
La decisión parece coherente si se tiene en cuenta que en los últimos dos años el gobierno nacional negó evidencias de crisis climática, bajó el rango del ministerio de ambiente al de secretaría para ponerlo –en estas últimas horas- bajo la dirección de la Jefatura de Gabinete. Coherente además si la única salida que proponen es promover la explotación de hidrocarburos en Vaca Muerta, no controla deforestación ni actividades que generan gases peligrosos, tampoco se inmiscuye en la quema de espacios verdes y hasta amenaza con retirarse, tal como lo hizo Estados Unidos, del acuerdo de París.
En este sentido tampoco extraña que no cumpla con lo prometido. La organización “Sustentabilidad sin Fronteras” a través de su observatorio Nacional de Acción Climática ha denunciado que nuestro país incumple más del 70% de los objetivos climáticos a los que se comprometió. (Puede ver lo planteado por Nasha Cuello Cuvelier, representante de esta organización en entrevista dada a este periodista en https://www.youtube.com/watch?v=5ABXc6P3C30 )
La ausencia o la pobreza de la delegación argentina en este evento es inentendible si se tiene en cuenta –entre otras cosas- el actual contexto de crisis climática que vive el planeta. Además nos aleja de las discusiones trascendentales que este foro se llevan a cabo como el de lograr una transición energética justa donde el sur global no sea el proveedor de materias primas para el “buen vivir” del norte global.
Es en estos espacios donde se discute –y seguramente se decider- si los países ricos en minerales necesarios para generar energía limpia vamos a ceder esa explotación para que se fabriquen autos eléctricos en otras geografías dejando por estos lados un pasivo ambiental colosal y entregando recursos imprescindibles.
De igual manera se discutirá el financiamiento que los países mayormente responsables del desastre ambiental deben girar a los que, como Argentina, son infinitamente menos causantes. Ya el año pasado, en la COP 29 se estableció una especie de indemnización que alcance los 1,3 billones de dólares anuales y no estuvimos en ese debate.
Casi en paralelo con este foro se lleva a cabo la Cumbre de los Pueblos, donde más de mil organizaciones socioambientales y comunidades del mundo se encuentran a discutir y planificar estrategias humanas y empáticas ante el colapso que vivimos.
Más de diez mil personas debaten son guerra, solidaridad internacional, los desafíos actuales que se presentan en las ciudades y s oberanía alimentaria entre otros temas. Además está programado se realice un llamado a la acción global ante la crisis climática, En estas discusiones sí tenemos representantes que sientan su posición y firman acuerdos de acción contra políticas extractivistas y de destrucción del planeta.
Es el deseo de este periodista que ambas cumbres lleguen a plasmar acuerdos porque como se viene planteando desde hace tiempo, y no se exagera, en esto se nos puede ir la vida misma