El 16 de junio de 1946 nacía Andrés Carrasco. Científico, buen tipo, noble, quijote. Desde su muerte que muchos recordamos su nacimiento como el día de la ciencia digna. Compartimos un tramo del libro Quijotes, Rebeldes y Soñadores, de Ricardo Serruya, que intenta mostrar alguna faceta de este imprescindible.
Dejamos como último eslabón de esta cadena de dignidad, al médico que inspiró a muchos –también al autor de este libro- a denunciar este modelo agro-asesino.
Este humilde trabajo está dedicado a su memoria.
Como nos pasa con tantos hoy muchos nos repetimos cuanta falta nos hace tipos como el Dr Carrasco
Andrés Carrasco , investigador principal del Instituto de Biología Celular y Neurociencia “Profesor De Robertis” conducía el Laboratorio de Embriología Molecular, fue el científico que confirmó los efectos devastadores del glifosato, la persona que supo unir ciencia con compromiso social y por eso trabajó en el laboratorio pero peleó en cada lugar donde pudo, en estrados dando conferencias y charlas y también pisando el barro del barrio Malvinas Argentinas uniéndose a la lucha contra la instalación de la multinacional Monsanto en Córdoba. Dio conferencias en nuestro país y en el extranjero pero también acompañó a los pueblos fumigados.
Ingreso al CONICET en 1990, se especializó en embriología molecular, específicamente en el estudio de genes asociados con el desarrollo embrionario de vertebrados.
Fue subsecretario de Innovación Científica y Tecnológica del Ministerio de Defensa de la Nación hasta que sus investigaciones y sus denuncias hicieron incompatible, para burócratas funcionarios, su puesto. En 2009, el ministro de Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, le quitó legitimidad a sus estudios
Carrasco demostró que el glifosato produce efectos adversos en vertebrados y letal en embriones.
En abril del año 2009 la noticia comenzó a desplegarse como un abanico, un científico que desarrollaba sus estudios en el Laboratorio de Embriología Molecular del Conicet-UBA , en la Facultad de Medicina que, con dosis hasta 1500 veces inferiores a las utilizadas en las fumigaciones de los campos generaba trastornos intestinales y cardíacos, malformaciones y alteraciones neuronales.
“Concentraciones ínfimas de glifosato, respecto de las usadas en agricultura, son capaces de producir efectos negativos en la morfología del embrión, sugiriendo la posibilidad de que se estén interfiriendo mecanismos normales del desarrollo embrionario”[1]
En el silencio Carrasco hacia 15 años que venía estudiando el efecto que producía el Glifosato en embriones anfibios y alertaba que los resultados eran comparables con lo que sucedería con el desarrollo del embrión humano
Asustaba cuando el científico alertaba sobre lo descubierto: disminución de tamaño embrionario, alteraciones cefálicas con reducción de ojos y oído, alteraciones en la diferenciación neuronal, efectos neurológicos, malformaciones intestinales y cardíacas, deformación de cartílagos y huesos del cráneo y cara otras consecuencias.
Carrasco lo expresaba con claridad alarmante: “El glifosato puro introducido por inyección en embriones a dosis equivalentes de las usadas en el campo entre 10.000 y 300.000 veces menores, tiene una actividad específica para dañar las células. Es el responsable de anomalías durante el desarrollo del embrión y permite sostener que no sólo los aditivos son tóxicos y, por otro lado, permite afirmar que el glifosato es causante de malformaciones por interferir en mecanismos normales de desarrollo embrionario, interfiriendo los procesos biológicos normales.[2]”
Conocí a Andrés Carrasco. Las primeras charlas fueron telefónicas: entrevistas para mi programa de radio. Como muchos estaba (estoy) preocupado por los rumores de que pueblos enteros sufrían los efectos de las fumigaciones con agrotóxicos y este científico de apellido común que había sido presidente del Conicet y que se desempeñaba como jefe del Laboratorio de Embriología de la UBA había comprobado que una substancia: el glifosato –de amplio uso- era causante de enfermedades y muertes.
Para quien se despertaba a la problemática –era mi caso- fue necesario investigar, buscar datos, conocer la situación y el estudio de Carrasco era contundente: el glifosato era devastador en embriones anfibios y lo era también en los seres humanos.
Lo saque al aire varias veces en un programa de radio La primera impresión que medió fue la de un tipo parco, distante: con el tiempo descubrí a un apasionado, afectivo, compañero de lucha. Con el tiempo descubrí a un quijote peleando contra la ciencia supuestamente objetiva que no quiere introducirse en los problemas de los hombres (¿para qué sirve entonces la ciencia? se preguntaba siempre Carrasco) , batallando contra los poles sojeros, los dirigentes políticos que miran para otro lado y hasta con los patoteros que solo saben de la fuerza de sus puños, como cuando no lo dejaron dar una charla en la localidad Chaqueña de La Leonesa. Fue en agosto de 2010, lo esperaban en una escuela y empresarios arroceros junto con punteros políticos intentaron lincharlo. Carrasco no pudo bajarse del auto, querían golpearlo y tuvo que irse.
El lo minimizaba: “Son gajes del oficio que va ser, uno no se puede hacer responsable de los demás, fue un momento complicado“me dijo.
Pero tenía todo muy claro, no quería que se trate este tema como un hecho policial, “ …es un hecho político” decía y repetía.
Y tenía razón.
La leonesa era –lo sigue siendo- un lugar caliente para in a hablar contra el modelo de siembra directa y fumigación. No solo porque, como tantos otros lugares vivían y dependían de la agricultura transgénica sino porque algunos informes técnicos que habían sido pedido por el gobierno de la Provincia Chaco, alertaban sobre un grado de contaminación hídrica importante, producto de las fumigaciones a mansalva.
Carrasco lo sabía: “…evidentemente los intereses son muy importantes, ahí hay seis mil hectáreas de arroz transgénicos, que se fumigan con glifosato, hablar sobre esto es tocar intereses”
Tan importante, tan fuertes eran los intereses que se tocaban que el mismo Carrasco denunció que en esa patota que no lo dejó ni bajarse del auto, había representantes de corporaciones sojeras, fuerzas políticas de la intendencia y fumigadores de otras provincias .
Había que silenciar al cartero para que no dé el mensaje.
No fueron capaces de dejarlo hablar, de entrar a aquél centro y debatir, llevar su verdad. Saben que “sus” verdades son las mentiras que enferman y matan a otros
Andrés era así, iba donde lo invitaban no importara que fuera el congreso internacional que organiza la facultad de medicina de la Universidad de Rosario , el centro comunitario de una localidad con pocos habitantes pero que vive de producciones rurales o un concejo deliberante que se proponía a legislar sobre el tema.
El iba donde lo invitaran: con su portafolio, su computadora personal llena de datos y cuadros y sus anteojos para mirar de cerca que parecía se caían del final de su nariz.
Fue ninguneado por los burócratas del Conicet, por eso fueron hasta su laboratorio a patotearlo, por eso recibió llamadas anónimas que amenazaban a él y a su familia, por eso, el Ministro de Ciencia Lino Barañao lo desacreditaba para defender un modelo de producción que enferma, genera desocupación y mata
Ante todo eso Carrasco respondía con estudios serios y con su propio cuerpo : “Creen que pueden ensuciar fácilmente treinta años de carrera. Son hipócritas, cipayos de las corporaciones, pero tienen miedo. No hacen ciencia, son delegados del poder”, le dijo a este periodista en una ocasión
Como suele ocurrir en estos casos desacreditaron su trabajo sin una sola prueba. Lo golpearon desde los sectores rancios que engrosan sus bolsillos con el nuevo modelo de agricultura tecnológica y hasta del gobierno que le pidieron que baje sus críticas.
El papel del Conicet fue lamentable, hicieron lo imposible por desprestigiar el trabajo de un colega, de un investigador que había dirigido esa institución : “ellos hicieron un informe sobre la bibliografía existente nacional e internacional ningunearon alguna otra bibliografía, y cuando tenían que contraponer opiniones encontradas acerca de los resultados conseguidos por distintos grupos científicos no solamente argentinos sino de otros países sacaron a relucir sistemáticamente informes técnicos de Monsanto, inclusive reconocen que no pudieron acceder a algunos datos que citan porque no estaban publicados… en realidad usaron una rara mezcla de cosas publicadas, con informes o estudios encargados por las empresas, lo que le da una debilidad argumentativa desde el punto de vista de la rigurosidad”
Estaba claro, el CONICET había dejado de lado su papel de garantía del saber científico para transformarse en cómplice de un modelo productivo que era contraproducente para la vida pero que, en esa situación, era apoyada por la coyuntura política y engrosaba las arcas del estado.
Carrasco denunció siempre esta falacia llevada a cabo por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas: cuando lo consulte, enojado me dijo “…. El CONICET tiene acuerdos con estas grandes empresas, son convenios en base a la política que este gobierno va llevando adelante, por ejemplo con Monsanto, que es un acuerdo para hacer estudios que apoyen el desarrollo de las tecnologías que usa la empresa, o sea, que con esto que se reconoce me parece está todo dicho si uno tiene esos convenios tiene de alguna manera compromisos, no formales, sino de sentido, compromiso. Está claro que acá hay compromisos económicos y políticos, y entonces se violan algunas reglas éticas, de separación de lo público con lo privado”
Y con enorme claridad conceptual y compromiso por la verdad continúa: “…Se viola a la ciencia, se entra en plano de negar la lógica científica occidental en su basamento, recortar la realidad, sacar lo que me puede o no convenir para mis objetivos”
Lo que expresaba Carrasco no era solamente una postura personal, estaba basado en hechos que demostraban como cuando denunció-en otras de las jugosas entrevistas que me concedió, que el mismo CONICET daba un el premio Monsanto de 30 mil dólares al mejor proyecto de biotecnología, “…evidentemente eso implica todo un posicionamiento institucional, ahí hay, a menos, dos cosas que uno podría decir, les conviene monetariamente, alguien se beneficia económicamente con estos convenios, o –la otra- algunos sectores de la comunidad científica, están convencidos de que este modelo es virtuoso, porque la tecnología, es virtuosa por definición, entonces piensan con ingenuidad que los daños colaterales de los modelos de producción que se producen , tanto en la minería como en la agricultura, pueden ser resueltos por otra tecnología , y así sucesivamente. Es una versión del positivismo del siglo 19 y principios del siglo 20 que se ha transformado en una especie de positivismo productivista, sigue siendo cientificismo , o sea sugieren que la ciencia es neutra y objetiva… yo siempre digo, uno no tiene un compromiso con la ciencia, uno tiene un compromiso con el sentido que la ciencia tiene…, hoy como nunca parecería ser que han encontrado un nicho en esta especie de convergencia entre esa idea de la ciencia positivista, el positivismo científico, con esta cosa del productivismo que la ciencia trae progreso soberanía a raja tabla sin mirar los sentidos.”
Era lógico, un tipo como Carrasco les molesta al poder y entonces son marginados, criticados. Pero los quijotes nunca dejan de pelear y Andrés era la re-encarnación de un nuevo quijote, siguió alertando sobre el carácter letal del modelo y renunció como Secretario de Ciencia en el Ministerio de Defensa para poder expresarse libremente.
Las acusaciones volvieron para desprestigiar su trabajo: “sus trabajos no se publican en revistas científicas internacionales”, dijeron. Otra falsedad. En el año 2010 la revista Chemical Research in Toxicology (Investigación Química en Toxicología) de los EEUU publicó su investigación.
Mi trabajo periodístico me hizo conectarme regularmente con él, aquel tipo aparentemente parco se convirtió en un compañero de andanzas. Cada vez que lo hablaba para sacarlo al aire respondía con generosidad, cada mail que le enviaba para que me aclare dudas -ya que estaba en la producción de mi anterior libro “La venganza del amaranto”- era respondido.
En el año 2013, la cátedra de salud socio ambiental de la Universidad Nacional de Rosario tuvo la gentileza de invitarme a dar una charla sobre mi libro “La venganza del Amaranto”[3].
Aquella presentación se llevó a cabo en el aula magna de la facultad y entre los asistentes estaba Andrés Carrasco, sentado en la segunda o tercera fila. No pude evitar tener miedo. Un auditorio muy exigente: médicos, estudiantes de medicina, investigadores junto con militantes ambientales, integrantes de pueblos originarios que resisten al modelo agrotecnológico , las valientes madres de Ituzaingó y allí, muy cerca el que había comenzado todo el trabajo científico sobre el tema: Andrés Carrasco
Finalizada la charla, Andrés se me acercó, me dio un abrazo grande, sostenido, me felicitó y me pidió un libro. Me emocioné. Era el afecto y la felicitación del Profesor para con el alumno. Todavía hoy pienso que mientras vivió mi libro estuvo en su biblioteca.
Seguimos en contacto: compartimos un panel en el ex hospital Italiano de Santa Fe –junto al amigo y excelente profesor universitario Damian Verzeñasi- que terminó con un extenso almuerzo en un restaurante de la ciudad donde resido: Santa Fe, a ello le siguieron varios correos y llamadas telefónicas.
Podría haberse quedado ahí pero el gallego porfiado siguió y un día mandó una serie de correos donde decía que un nuevo veneno iba a ser usado para fumigar, se trataba del glufosinato. Andrés demostraba lo que veníamos diciendo, cada vez se iba a necesitar ms cantidad y nuevos venenos.
La última vez que hable con él fue en el año 2004, para una entrevista radial telefónica cuando me enteraba –gracias a un artículo del valiente periodista y amigo personal de Andrés Carrasco , Darío Aranda- que el Conicet le negaba un ascenso a investigador superior. Un tribunal poco serio y sin fundamentos lo castigaba. Era el precio que pagaba por su coherencia y valentía
Ya sabía que un cáncer de estómago le contaba los días.
Le dijo a muy pocos de su enfermedad
Y siguió. No paró
Siguió investigado y hablando. Siguió denunciando.
Ya enfermo viajó a México al Tribunal Permanente de los Pueblos, un tribunal ético internacional, que va monitoreando los derechos humanos pero no pudo quedarse hasta el último día, sufrió una descompensación y tuvo que volver para ser operado.
Pero no paró
En marzo de ese fue a Los Toldos a una audiencia pública sobre agroquímicos y una vez más dio cátedra a concejales sobre los efectos de los agroquímicos.
Fue –al menos para este periodista- la última noticia que tuve de el.
Error: la última noticia fue un mensaje llegado a mi celular que me mandó un amigo el 10 de mayo de 2014 : “Murió Carrasco” – decía insolentemente la pantalla del celular- para continuar diciendo: acaba de informarlo Darío Aranda.
Quise creer que se trataba de un error y empecé a llamar a otros amigos de lucha que –como yo- contenían el llanto y apenas podían hablar con el nudo que habitaba nuestras gargantas.
Se fue un imprescindible, un gallego terco que alertó que nos están envenenando y matando. Un científico que demostró que la ciencia no sirve de nada si no es para ponerla al servicio de los hombres y las mujeres.
[1]“ El tóxico de los campos” por Darío Aranda en Diario Página 12 del 13 de abril del 2009
[2] idem
[3] Serruya, Ricardo: “La Venganza del Amaranto”(o como la soja y la fumigación matan) –Ed Ultimo Recurso. Primera Edición – Noviembre 2012