Por Ricardo Serruya
Una muerte por ingesta voluntaria de agrotóxicos vuelve a poner en debate que productos se vierten sobre los alimentos que consumimos.
Desde hace tiempo profesionales de la salud, científicos, militantes ambientalistas, entre otros, vienen alertando sobre la afección a territorios y a los cuerpos que lo habitan sobre las consecuencias que producen los agrotóxicos utilizados en las actividades rurales.
Hay importante prueba sobre cómo estos productos químicos afectan al ambiente dañando el suelo, el agua, el aire y también agrediendo a los trabajadores que lo manipulan y a los habitantes de los pueblos cercanos a estos campos. También se ha comprobado que la existencia de estos químicos en frutas y verduras perjudica la salud de quienes lo consumen.
Pueblos y ciudades donde se triplica y hasta cuadriplica casos de enfermedades terminales, malformaciones, abortos espontáneos –entre otras afecciones- son la demostración palpable de estas denuncias.
No solo ello, casos como el de Fabián Tomassi alerta sobre cuán desprotegidos se encuentran los trabajadores rurales que manipulan –en muchos casos sin protección alguna- compuestos que dañan su salud.
EL CASO DE FABIAN TOMASSI
Fabián Tomassi fue un trabajador rural de la localidad de Basavilvaso, Entre Ríos. Durante años manipuló agrotóxicos que cargaba en los aviones que luego desplegaban sus venenos sobre los campos. El tiempo que realizó esta actividad y la nula precaución que el productor dueño del campo le brindó le generó una penosa y larga enfermedad conocida como polineuropatía tóxica metabólica severa, que le causó una disfunción del sistema nervioso periférico. Su cuerpo sufrió dolencias extremas y una terrible mutación .
Fabián es uno de las tantas víctimas de un sistema que privilegia la ganancia de unos pocos sobre un abanico de perjuicios que sufren muchos y que cuenta con el aval de estados provinciales, comunales y el nacional que no controlan.
Murió el 7 de septiembre de 2018.
UN VENENO LETAL, UN NEGOCIO FORMIDABLE PARA POCOS
Cuando en la década del 90 el gobierno menemista permite la introducción de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) y por ende el paquete tecnológico que permitía a multinacionales vender semillas modificadas y el químico fumigador advertían que se trataba una cantidad que no afectaría y que, con el tiempo, se reduciría.
Sucedió todo lo contrario
En el año 2002 se vertían sobre los campos 151 millones de litros de agrotóxicos, en el 2008, 225 millones, en el 2012 la cifra se elevó a 317 millones de litros y hoy se calcula que, en un territorio donde habitamos 12 millones de personas se lanzan más de 600 millones de litros de veneno.
La extensión de la frontera agropecuaria y cultivos que se han transformado en “drogadependientes” obligan a quien los usan a tener que comprar cada vez más cantidad.
Mientras hay profunda evidencia científica sobre lo perjudicial que resultan, productores y empresarios rurales siguen manteniendo la teoría de cuán benévolos son .
Resulta emblemático los dichos de Patrick Moore, un lobbista de Monsanto, cuando en una entrevista del Canal+ de Francia, impunemente afirmó que el glifosato no es dañino y, provocadoramente argumento: «Usted puede tomar casi un litro y no le hará daño” y agregó: “mucha gente intenta suicidarse tomando glifosato y no lo logra”, más cuando el entrevistador le ofreció un vaso de pesticida para ingerir se negó hacerlo diciendo que no era estúpido.
SE SUICIDO Y ENFERMO A OTROS INGIRIENDO AGROXICOS
Si faltaba una evidencia empírica sobre la falsedad de los dichos de Patrik Moore, esta –lamentablemente- se constató hace unos días.
El lunes 29 de abril, un hombre llegó a la sala de emergencias del Nuevo Hospital de Coronda con un cuadro de intoxicación potente tras haber ingerido, de manera voluntaria con la intención de quitarse la vida, un agroquímico. Más allá de los esfuerzos por salvarle la vida, a las pocas horas falleció.
El mutismo generado desde las autoridades de salud no permite, aún, saber cuál es el producto que ingirió. Algunas manifestaciones conseguidas “off the record” por este periodista afirman que se trata de un acaricida organofosforado de la marca Lupara.
Se entiende por organofosforado a los compuestos que poseen fósforo-carbono para el control de insectos.
Si bien en la etiqueta de los envases de estos productos puede leerse que no persisten en el ambiente y que sus efectos se observan a corto plazo utilizándose como alternativa a los hidrocarburos clorados que sí persisten en el ambiente, lo vivido en el centro de salud de Coronda pone en crisis los argumentos benévolos de este producto.
No solo falleció quién ingirió el producto, sino que el alto grado de intoxicación existente en su cuerpo hizo que 15 personas (médicos, enfermeros y trabajadores del lugar) sufrieran síntomas de intoxicación en un grado de tal gravedad que la guardia del nosocomio corondino debió ser cerrada temporalmente como medida de precaución y las personas afectadas trasladadas al Hospital Cullen de la localidad de Santa Fe,
Los vapores tóxicos que despidió el cuerpo de la persona ya fallecida genero en quienes lo atendían un cuadro de intoxicación compuesto por vómitos, diarrea, dolores de cabeza y erupciones. Según los profesionales que, en Santa Fe, atendieron a sus colegas la contaminación pudo haber ocurrido por contacto directo con el paciente o por la inhalación de partículas contaminadas en el ambiente.
En los pasillos del Hospital Cullen se afirma que la exposición que causó el malestar en el personal de salud del Hospital de Coronda no solo se generó por contacto sino también por la volatilidad del producto que lo consideran altamente tóxico a tal punto que las autoridades sanitarias provinciales requirió asesoramiento de la prestigiosa área de toxicología del Hospital Posadas de Buenos Aires y encargó la limpieza del lugar a personal especializado de la empresa Hazmat, de la ciudad de Rosario que “limpio” el lugar con un barrido con oxígeno para oxidar la sustancia que pudiera permanecer en las superficies, ventilación y limpieza posterior con un producto alcalino.
Semejante grado de intoxicación nos obliga a preguntarnos –nuevamente- sobre cuán veraz resulta la información que se publica en las etiquetas de los envases de estos productos y en el asesoramiento de algunos ingenieros agrónomos que recetan y venden productos como si fuera agua pero que, a la luz de hechos como este, resultan hartos peligrosos.
También vuelve a interrogarnos qué producto llega a nuestra mesa, que aire respiramos y que agua tomamos.
Preguntas que, una vez más, deben responder las autoridades sanitarias si es que les interesa en algo la salud de la población.