Por Ricardo Serruya.
No siempre el editorial aborda temas coyunturales en ocasiones el tópico a elegir no se realciona con la actualidad, es lo que los periodistas llamamos temas latentes, aunque no sean información de la jornada o de los últimos días, permanece en el tejido social, son temas de los que se pueden hablar porque su importancia trasciende a la cotidianeidad.
Este viernes se cumplió un nuevo año de la desaparición de López. Ya van catorce años sin López. Catorce años, pasaron gobiernos, s exhortaciones presidenciales, rastrillajes policiales recompensas ofrecidas, pasaron muchas cosas pero, hasta el momento no hay rastro cierto sobre su paradero.
Lopez desapareció de la escena, pero también del recuerdo. Pocos, muy pocos lo recuerdan, si siquiera durante la segunda quincena de septiembre que es cuando se recuerda su desaparición. Este viernes no fue la excepción, fueron –somos- muy pocos los que expresamos dolor por su ausencia.
López fue desaparecido tres veces: una durante la dictadura, dos cuando desaparece después de su valiente declaración que permitió que varios represores terminen presos y tres, ahora, todos los días cuando ni siquiera se nombra el hecho.
Años atrás la frase mágica era “algo habrá hecho”, hoy, aquellas terribles palabras fueron reemplazadas por otra explicación mágica: se dice de López que “se lo tragó la tierra”. Hace unos años, todos sabíamos internamente que habíamos avanzado como sociedad y que por estos días no había posibilidad de explicar una desaparición con el “por algo será” o “algo habrá hecho”.Hoy lo mágico, lo impertinente, lo cruel viene con otras palabras, tan mágicas, tan impertinentes, y tan crueles como aquellas del pasado: el “se lo tragó la tierra” nos deja inconscientemente tranquilos, no hay solución… se lo tragó la tierra.
Tampoco el tiempo transcurrido agrandó la preocupación social, por el contrario, con el pasar del tiempo pareciera que, proporcionalmente, el tema importa menos. Si no fuera por las esporádicas marchas de puñados de ciudadanos que se interesan en estos temas, ya sería recuerdo solo de la familia, los amigos y vecinos.
El mes que vienen, cuando llegue su décimo día se cumplirán treinta y siete años consecutivos de gobiernos elegidos por las urnas, este hecho nos encuentra socialmente en retroceso: un anciano humilde que tuvo el coraje de cumplir con los deberes de conciencia y de la ley se hizo humo sin dejar huellas y sin que los especialistas puedan algo más que confesar impotencia.
Muchas son las aristas –y por ende se hace extremadamente difícil escribir o hablar con orden- que atraviesan esta realidad. Que se entienda bien, este periodista utiliza la palabra “realidad” y no “tema”. No es casual la elección –y el descarte- de un vocablo por otro. Tampoco es caprichoso.
La desaparición de un ex albañil de 76 años que tuvo el coraje de prestar su crucial testimonio en un juicio por genocidio, no es un tema. Un tema se elige entre varios, responde al criterio (a veces subjetivo, otras veces caprichoso) del periodista. Una realidad es lo que sucede, lo que pasa y no puede dejarse de lado, obliga a afrontarlo, a meterse en él, a analizarlo y hasta a actuar.
Vayamos entonces con una de las aristas. López está desaparecido desde el 17 o el 18 de septiembre del año 2006 y desde ese día, no hay una sola hipótesis que se baraje. Se habló, por ejemplo de shock emocional, que relata que el hombre sufrió una alteración que lo mandó a irse, a esconderse: A catorce años resulta imposible, y a su vez es casi tan temible como la del secuestro policial, pues si esto es cierto, si López decidió huir (de la realidad, de sus afectos, de su cotidianeidad) por temor, por miedo o por que la situación lo desequilibró demostraría que las personas que buscan justicia son abandonadas a su suerte.
Por estos días, cuando ya pasaron catorce años, son 168 meses, se hace necesario afirmar que esta posibilidad se desvaneció y todos –lamentablemente- hablamos de secuestro y de asesinato y resulta curioso, pues muchos si tuviéramos que elegir elegiríamos la otra hipótesis: López no fue secuestrado, solo se escondió por un tiempo y esta realidad tendría, así final feliz. Es cierto, de todas las posibilidades, ésta resulta la menos perjudicial, aún así es necesario pensar y decir que en un país donde la impunidad no es una pieza de museo ni ha quedado atrás, y donde la defensa de los derechos humanos vuelve a estar en los pies de quienes hoy salen a la calle con una consigna: aparición con vida, estamos preocupados por la desaparición de una persona que atestiguó en contra de la impunidad y a favor de la verdad.
Como viene ocurriendo desde hace tiempo fueron y son personas concretas las que hablan, revelan, dicen lo que en este país sucedió. Son pedazos de memoria vivas , caminando por la calle . Personas como López son las que han hecho que la justicia no sea una mera metáfora en los escenarios. Cuando Jorge Julio López declaró por primera vez en 1999, el objetivo ni siquiera era el castigo de los responsables, sino simplemente el conocimiento de la verdad. Y esas declaraciones (de López, de Nilda Eloy, y de cientos de testigos, como lo fue también acá, en nuestra ciudad con el caso Brusa) en ocasiones se hicieron en el marco de un tremendo silencio oficial, estatal, mediático y social.
A pesar del tiempo transcurrido en vida democrática, la pregunta sigue siendo pertinente: cuando era crucial protegerlo realmente ¿tuvo López algún apoyo, algún acompañamiento? Ninguno, salvo el de los otros testigos, como si se tratara de un problema privado.
Es esta realidad (que quede otra vez bien en claro que digo realidad y no tema) una buena arista para detenerse un instante.
¿Cuántas veces hemos escuchado (a veces con algo de razón y muchas de ellas sin atino de alguna lógica) que “acá (por la Argentina) hay derechos humanos solo para los delincuentes, pero para el tipo de la calle, el que labura, no lo hay?. Seguramente muchas.
Hoy, desde otra vereda, desde la realidad (otra vez esa palabra) podemos usar la misma frase.
El estado arbitró todos los medios para proteger a Etchecolatz (un delincuente y asesino, de tal manera que fue condenado a cadena perpetua por un Tribunal), le puso una custodia personal cuando se dirigía al tribunal, lo aisló de otros detenidos, y hasta le pusieron un chaleco anti-balas mientras duró el proceso. Y está bien que así se haya hecho. Sin embargo no hubo ninguna medida de protección para quien declaraba contra el delincuente que, se sabe, tienen a muchos de sus socios en la calle.
Para Lopez no hubo protección y esto puede llegar a hacer suponer que quien hable, luego, tendrá que defenderse solo. No es esta una hipótesis intelectual pensada para este momento radial, por el contrario, todos recordamos las cantidad de llamadas y de cartas recibidas por personas preocupadas y ocupadas en llevar a la cárcel a los asesinos . En el diccionario, esta acción posee una etimología: impunidad.
Nadie persigue, secuestra, amenaza, si no está absolutamente convencido que es impune, que nadie lo castigará por la afrenta
Hoy es dudoso que la estrategia de la desaparición de López y las amenazas hayan servido para silenciar a otros azuzados por el miedo. Pero lo que sí es cierto es que fue útil para que, socialmente, veamos un hecho terrible, como un hecho más. No se vislumbra ni preocupación ni interés por el destino de quien nos ayudó a poner un grano de arena de justicia ante tanta injusticia.
Este solo hecho es un retroceso institucional impresionante. Nos acostumbramos a que personas, desaparezcan.
Hombres y mujeres caminan por nuestras calles como si nada hubiera pasado, como si fuera normal que a Lopez lo tragara la tierra, o preocupados por otras realidades, por otros hechos.
Te4rminamos este editorial de hoy con un deseo que se repite, ya que es el mismo deseo planteado en la editorial de hace catorce años , por otra radio, pero por este programa, cuando se añoraba que, como pueblo, dejemos de darle más importancia a lo superfluo y nos preocupemos mas por, por ejemplo, la vida de López, que en parte es un poco garantizar la vida de cada uno de nosotros.
Decíamos en aquella oportunidad que, de estas acciones depende, en gran parte (por no decir toda) que la verdad siga mostrando su indiscreta, pero necesaria y bella, presencia.
Ojala suceda.