Por Ricardo Serruya
Hubo un tiempo que ser rebelde significaba ir más allá de lo establecido. Rebelarse contra el sistema, contra la injusticia, contra la opresión.
El Cordobazo, el Mayo francés, la revolución de los claveles fueron los movimientos gestados y protagonizados por aquellos que se rebelaron contra una situación y fomentaron cambios.
Los tiempos cambiaron. Pasamos de quemar muñecos que representaban dictadores o banderas de países imperiales a… quemar barbijos.
Los rebeldes post modernos del siglo 21 son mucho menos pretenciosos, les alcanza con “cagarse en todo” o con limitar la libertad individual a una especie de capricho infantil del “porque si”
La rebeldía de estos días no sabe de reclamos magnánimos ni de ideología, por el contrario, quienes hoy salen a las calles, escapan, huyen de cualquier atisbo de parámetro político, se vanaglorian de la ausencia de ideología. y, lo que es peor de empatía.
Se rebelan contra un barbijo, contra las imposiciones – basadas en el sentido común – de no juntarse, de no ir a un bar o de respetar distanciamiento. Atrasan tanto que aquella obra escrita por Rousseau en 1762, el “Contrato social”, les queda grande.
Despotrican contra Bill Gates, Carlos Slim. Hablan de chips que te introducen en la sangre para espiarte (como si ya no lo estuvieran haciendo) y agitan compulsivamente con proclamas revolucionarias como “déjennos ir a un bar tomar una cerveza”.
Que quede claro que se está hablando de esos grupos minoritarios que hacen del grito desaforado y la violencia una bandera permanente y falsamente libertaria. No se incluyen en este penoso listado a los que, como a tantos, se nos hace difícil mantener esta supuesta nueva normalidad después de 5 meses. Es evidente que hay una necesidad humana de volver a ser lo que éramos, de gozar de aquello , tan normal y que hoy parece excepcional, de ir a una plaza, a visitar algún ser querido. Lo que acá se plantea es ese otro nuevo grupo etario que, irrespetuosamente, dicen ganar la calle atentando contra los demás.
Son pocos, pero no por ello menos peligrosos. Se juntan en el obelisco para quemar barbijos, en la puerta del congreso para no dejar entrar a los diputados, en las esquinas a golpear cacerolas y aunque la mayoría de las veces no saben de qué se trata, siempre oponen.
Esta semana, de manera peligrosa y anti democrática, fue el turno de la la policía de Buenos Aires que, usando las armas y los bienes que les dio el estado, amenazo la seguridad de los bonaereses y, tibiamente, el orden institucional.
Como en pocas veces de nuestra historia se confunden los reclamos justos con la modalidad. Supongamos escenarios que, parecen ridículos, pero que se emparentan con lo vivido en estos días. Los docentes reclaman aumentos y otras reivindicaciones y salen a la calle con las pizarras, los mapas y demás artículos escolares, los médicos hacen lo mismo con bisturís y gazas. Sé que es un ejemplo que se acerca a lo extravagante, pero en su esencia no es muy distinto a lo que policías de Buenos Aires hicieron esta semana.
Y todo esto en un marco donde, se insiste, el haber que percibe un policía es, a todas luces, bajo, y donde –además- hoy se se siente en algunos de sus bolsillos porque, pandemia mediante, no recaudan lícita e ilícitamente otros ingresos.
Lo que sí está claro es que detrás de un recamo justo (como tantos otros) se esconde una acción de oposición, de rechazo a una política que, guste o no, fue votada hace 8 meses por la gran mayoría del pueblo argentino. Si no, no se entiende como todos los reclamos de los uniformados nacen ahora y nada sucedió en los cuatro años de macrismo, donde perdieron el 33% del sueldo.
Es cierto que, como se dijo, la pandemia generó mayor precariedad, tan cierto como que muchos extrañan el discurso y el accionar violento, anti derechos civiles de Patricia Bulrich. Tan cierto como que no apuestan al diálogo sino a la sumisión del poder civil ante los uniformados, única manera de entender que no hayan aceptado que ocho representantes se reúnan con el Presidente y hayan exigido que ea Fernandez el que salga afuera a hablar.
Simbólicamente resultó temeraria que hayan trasladado su protesta a la quinta de olivos de manera prepotente, haciendo sonar las sirenas, bajándose de manera prepotente, dejando en claro que el mensaje era para el poder político.
Ante todo esto, los demás fuimos espectadores, una vez más de la incoherencia social. Estos son tiempo de incoherencia por parte de los mismos que se quejan del mal servicio de las empresas de telefonía celular y de internet pero cuando se las quiere encausar, salen a defenderlas. Este debe ser el único país del mundo donde hay ciudadanos que salen a la calle para quejarse porque congelan una tarifa., son los mismos que putean contra la corrupción pero salen a defender una empresa, como Vicentín, que estafa a trabajadores, productores y al mismo estado.
Ahora, los mismos que dicen desde hace tiempo que la policía de Buenos Aires es un nicho de corrupción, que la catalogan como “maldita” policía, que dicen que no sirve para nada, que deja zonas liberadas, que se asocia con delincuentes, esos son los que salen a defenderla .
En realidad van a salir a defender a cualquiera que esté en la vereda opuesta al gobierno nacional o que se manifieste contra alguna política implementada. Son manifestaciones más “anti de” que “a favor de”. Y se nota no solo en el apoyo recibido sino en quienes protagonizaron el reclamo.
Esta semana uno de ellos, es el capitán Mariano Díaz que hoy no es policía, está apartado de la Bonaerense por haber intervenido en un motín del Grupo Halcón en 2014. Otro, que fue protagonista cuando decidió subirse a una antena y amenazaba con suicidarse, es el teniente Aldo Oscar Pagano, que fue cesanteado en 2006 por razones psiquiátricas tras un intento de suicidio y que un año después fuera re encasillado cumpliendo hoy funciones en el Comando San Martín
Cuando temerariamente los policías decidieron rodear con los patrulleros la quinta de Olivos, quién fue el centro de la escena haciendo uso de la palabra en varias oportunidades fue el capitán Sandro Adrián Amaya, que fue apartado de la Bonaerense por estar imputado en una causa de drogas.
A medida que pasaban las horas y los días se supo que buena parte de los autodenominados voceros de la protesta s, se trata de personal retirado o exonerado de la fuerza, muchos de ellos acusados , otros condenados de la comisión de delitos
Esto es lo que este periodista, a 600 km de distancia pudo averiguar. Seguramente este tren fantasma tiene muchos más pasajeros que, son tenaces opositores al gobierno, que no tienen nada que perder y que conviven con muchos otros que reclaman cuestiones justas y necesarias.
Todo se mezcló. Una gran licuadora amasó reclamos justos con el uso político que los sectores más reaccionarios vienen generando desde hace ya un tiempo. Genera extrañeza que tipos como Baby Etchecopar, José Luis Espert o Patricia Bulrich, solo por mencionar algunos, tan anti derechos, con una historia que los marca como contrarios a que se tome la calle o a reclamos sindicales, hayan sido los primeros en defender una acción gremial.
Muchos de ellos parecían Agunstín Tosco en los días del Cordobazo, pero ya se sabe que aunque el lobo se viste de seda, lobo queda.