Por Ricardo Serruya
Ver al ordenado y prolijo EEUU con sus calles abarrotadas de gente
manifestándose, rompiendo vidrieras, saqueando comercios, insultando a la policía
parece una escena de una película futurista o de ciencia ficción. El paquete país del
norte, siempre tan ordenado, tan pulcro mostró la basura que guardaba debajo de
la alfombra.
Tan raro como resultó el año pasado presenciar cómo, durante semanas, al prolijo
Chile, al modelo de las derechas latinoamericanas, con sus calles repletas de gente
manifestándose, desafiando a los poderosos carabineros, dejando a Santiago y
otras ciudades casi en ruinas.
Tan extravagante como ver a la ciudad siempre feliz de Paris repleta de chalecos
amarillos caminando como hormigas , destruyendo todo lo que encontraban a su
paso, incendiando autos, provocando al poder.
¿Qué pasó? ¿Se trata de una horda de habitantes que se pusieron de acuerdo para
sembrar anarquía?
Resulta claro que es la respuesta a un sistema que abusó de la paciencia de la
gente, que hizo que muy pocos acumulen riquezas por las que pueden vivir dos o
tres generaciones y que se cansó de reprimir a sectores de desposeídos.
Las causas y las consecuencias no son muy disímiles.
Cuando en octubre del año pasado Chile salió a la calle no lo hizo solo porque los
jóvenes se cansaron de un sistema educativo que los excluía. Esa fue una gota en
un lago repleto de hechos injustos. Tampoco fue por el aumento en el pasaje del
transporte público, esa fue otra gota.
Si solo fuera por eso, todo hubiera vuelto a la normalidad luego que el presidente
Piñera anunciara la suspensión del aumento en la tarifa. Hay que recordar que solo
un día después de aquel anuncio, cuando el presidente chileno dijo que había
escuchado a la gente y que se volvía sobre sus pasos, ciudades como Santiago,
Valparaíso y Concepción amanecieron con graves daños en edificios y espacios
públicos, además de paros en puertos y cortes de rutas. Hechos que se repitieron
durante semanas enteras y que no pudieron ser frenadas ni con el toque de queda.
Estaba y está claro que el milagro económico, acuñado por el economista
estadounidense Milton Friedman durante el gobierno militar, había ignorado las
demandas de las mayorías. El milagro consistía en un país 70 – 30- 70% de
personas excluidas de lo básico y 30% viviendo en la opulencia.
No son frases vacías, son datos concretos. La Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (Cepal), publicaba por aquellos días informaba que el 1% más
adinerado del país se quedó con más del 26% de la riqueza mientras que el 50% de
los hogares de menores ingresos accedió solo al 2% .
Lejos de calmarse, en estos días, donde te dicen quedate en casa, los chilenos
volvieron a salir a las calles. Dicen que la política chilena mata más que el
coronavirus y, una vez más, salieron a protestar enfrentándose contra carros
hidrantes y bombas de humo.
Es que a la crisis social se le suma el impacto de la pandemia y un estado que no
salió, en principio, a ayudar. El milagro chileno nunca contó con que el estado
regulara o extendiera su brazo protector.
Un año antes, en noviembre del año 2018 los franceses salieron a la calle para
detener una suba de precios en los combustibles. Alguien puede pesar que eso solo
motivó a 300 mil franceses a movilizarse?
Rápidamente, el movimiento extendió sus demandas contra el costo de la vida y
las políticas comerciales del Gobierno.
Al igual que en Chile, luego de las manifestaciones Macrón postergó el impuesto a
los combustibles y hasta congeló los precios de algunos servicios públicos, pero la
gente siguió en la calle y logró un aumento del salario mínimo, la exención de
impuestos a las horas extras, una rebaja de impuestos y aumento en las pensiones
Aún así las manifestaciones continuaron y al igual que en Chile y a pesar del
aislamiento impuesto por el Gobierno Galo y que Francia es el tercer país
europeo con más decesos por Covid-19, en estos días volvieron a salir a las calles.
Esta semana las movilizaciones fueron en la coqueta Nueva York y como en Francia
y en Chile miles de ciudadanos salieron a la calle pese a las amenazas de Trump y
los toques de queda. En más de 140 ciudades manifestantes ganaron la calle, y la
pregunta vuelve a resonar: ¿Fue el asesinato de George Floyd lo que motiva a una
inédita manifestación anárquica y destructiva en un país donde nunca se había
experimentado algo similar?
Y la respuesta es la misma, solo es una gota que rebalsa el vaso. Un país injusto,
donde pocos tienen mucho y muchos casi nada, donde un presidente se maneja
como si fuera patrón de estancia, explota y lo hace de la peor manera.
Nunca antes tanta gente había amenazado la escenografía de la Casa Blanca y del
Capiltolio con consignas que, además de pedir justicia por Floyd, solicitaban que
saquen a Trump con el voto en obvia alusión a las elecciones presidenciales del
próximo noviembre.
Disculpe el oyente este paseo por solo algunas situaciones de reclamo ocurridas en
este último tiempo. Podríamos señalar algunas más pero sería tedioso. Estas
alcanzan para demostrar con hechos que aparentemente una nueva etapa
comienza en el mundo. La pandemia, además parece acelerar este proceso.
Hace un par de semanas atrás lanzábamos una consigna al aire para que nuestros
oyentes opinen sobre cómo será el mundo post- pandemia y, aunque solo se trata
de una respuesta que supone, todo da a entender que existirá un debate sobre en
qué mundo vamos a vivir. Hubo muchas respuestas, optimistas y pesimistas y todo
se resume a una serie de pensamientos que no necesariamente se traducirán en
hechos reales.
Lo que parece estar fuera de toda discusión es que, el escandalosamente injusto
reparto de los bienes, el exacerbado consumo, la violación de los derechos de la
naturaleza y la pandemia ponen en debate que mundo construiremos en un futuro
inmediato. Este ya no aguanta.
Quizás el camino a recorrer lo planteó por estos micrófonos Maristela Svampa la
semana pasada cuando dijo: “La humanidad tiene un gran desafío al cual responder
si de verdad queremos ir en camino de la sostener la vida. Vivimos en un momento
de mucho peligro. Las decisiones que se tomen en esta crisis, en el marco de este
contexto de radicación de las desigualdades y de peligros socioambientales, son
fundamentales, van a marcar las orientaciones de la sociedad que se viene, creo es
un momento de encrucijada civilizatoria y no es posible perder esta oportunidad
para avanzar en un sentido más bien progresista de justicia ambiental y social
puesto que la otra opción implica la salida por un capitalismo de caos”.