Entre los años 2020 y 2021 se quemaron más de un millón de hectáreas. Desde el año 1970 hemos perdido el 35% de espacios verdes
Por Ricardo Serruya
Hay cosas irrompibles todavía como la luna
Canción de fuego que no se apaga nunca
Hay cosas generosas todavía como la lluvia.
(Canción del fuego: León Gieco)
Enero se manifiesta caluroso en Santa Fe. No es una afirmación novedosa, pero este primer mes del año 2022 se muestra más agresivo que otros: los santafesinos viven el verano más caliente de su historia.
Un muy caluroso sábado a la tarde parto rumbo a Paraná, allí me esperan tres científicos para hablar de la quema de las islas. A la vera de la ruta 168 pueden verse los restos de lo que fueron arboles verdes, espinillos, pastizales todo se ve negro, quemado. Varios kilómetros y de ambos lados solo se pude verse el testimonio del fuego que fue dejando una postal tan lúgubre como penosa.
Pocos autos para ingresar al túnel, el costo del peaje aumentó, un colectivo de la empresa subfluvial, con muy pocos pasajeros que se animaron a desafiar los 40 grados, me acompaña.
En la ciudad de Paraná también se siente el calor. Cruzo la avenida “Pancho” Ramirez y sigo para encontrarme con la bella costanera que tiene esa ciudad. Unas instalaciones de mates gigantes me anuncian que estos son los pagos de los “panza verde”. El imponente parque Urquiza se lo ve, también, más verde: las lluvias de hace unos días le dio nueva vida. Cuando llego y logro estacionar, una de las islas que se encuentran frente a la costanera y que son fácilmente visibles vomita humo y cenizas. Otra vez se está quemando la isla Puente. Pueden verse lenguas de fuego del tamaño de árboles, humo negro y cenizas que llegan hasta la otra orilla donde estamos nosotros, impávidos, viendo.
El uso de la primera persona del plural es porque en ese lugar quedé en encontrarme con dos científicos del Conicet que viven en Paraná pero desarrollan su tarea en el Conicet de Santa Fe. Paola Peltzer es Doctora en Ciencias Naturales con especialidad en Bioecología y conservación de anfibios y preservación. A su lado, Rafael Lajmanovich, es Dr en Ciencias Naturales también con especialidad en anfibios anuros y ecotoxicologia. Junto a ambos, la becaria Ana Paula Cuzziol, Licenciada en Ciencias Biológicas.
Con los tres habían acordado encontrarme en ese lugar para que me cuenten lo que habían visto en la Isla Puente, hace unos días, cuando autoconvocados junto con la ciudadanía y amantes y defensores de la naturaleza, fueron a recolectar muestras luego de un incendio sufrido para sus investigaciones. Ahora, una vez más, la isla ardía y el espectáculo era dantesco.
Los tres investigadores no podían ocultar la tristeza que se evidenciaba en sus rostros, Paola, con los ojos irritados por el humo y las cenizas, pero también por la pena que le ocasiona ver otra vez el fuego tragándose todo me dice “esta es una isla natural protegida, que está en manos de quienes creen que el turismo es lo mejor y se ve este panorama donde nadie apaga los fuegos. Hablan por los medios y dicen que están actuando pero no va nadie , nadie se preocupa. El otro día, cuando fuimos nosotros estaban los bomberos voluntarios y no tenían ni agua para tomar. Solo tenían una pala”.
Aprovecho para que me cuenten que es lo que están investigando, que vieron en esa isla ya quemada y que hoy vuelve a mostrar el rojo fuego. Rafael Lajmanovich no hace esfuerzo para recordar, lo tiene todo muy presente y me cuenta que estuvieron hacen unos días “…cuando comenzaba un incendio que no se sabe a ciencia cierta cómo se origina, hicimos revelamientos, muestras de suelo para que se investigue que pasa una vez que se quema, hicimos un reconocimiento, y pudimos controlar que la temperatura del suelo, en los lugares donde se quemó, superaba los 90 grados, cuando la temperatura normal es de 32 grados. No hay ningún organismo que resista esa temperatura, ahí se muere todo, bacterias, hongos, todo lo que está vivo termina muriendo.
No es la primera vez que estos investigadores se van hasta las islas o los humedales para comprobar el daño que ocasiona los incendios. Cuando la pandemia comenzaba a cambiar nuestras vidas, y muchos espacios verdes se perdían por los incendios (la mayoría intencionales) , ellos vieron que no podían quedarse en sus casa viendo como todo se perdía. y empezaron a estudiar estos fenómenos que finalizaron en publicaciones científicas, presentaciones en congresos y simposios. Hoy continúan con esta tarea con el anhelo de “…lograr un especie de modelo predictivo para ver qué sucede con nuestra flora y fauna”
El trabajo de ellos comienza cuando el fuego se apaga. Hace unos días fueron y recolectaron sus muestras y , como dice Paola, todo fue muy triste, “…vimos muchos animales y plantas calcinados vivos. Entre ellos, vertebrados tetrápodos (de 4 patas), anfibios, aves, reptiles, mamíferos, muchos autóctonos, que son característicos de las islas, como las garzas moras, la nutria, tortugas de agua, y otras especies de anfibios, serpientes, y lo que más nos llamó la atención de estas quemas es, que si bien se vienen originando desde el 2020 y pudimos cuantificar más de 700 mil hectáreas, los fuegos que se dan ahora son muy dañinos ya que las especies , en este momento del año, están en época de floración o de fructificación. Encontramos animales muertos que eran juveniles, que recién estaban saliendo de sus nidos o encontrándose con su cohorte para luego habitar estas islas.”
Llama la atención como el paranaense se acostumbro a esta escenografía dantesca: toma mate bajo un añoso árbol del parque Urquiza, corre por la costanera o pasea en auto mientras el humo y las cenizas lo acompañan. Paola, de tanto en tanto, mueve su cabeza y ve con tristeza indisimulable lo que sucede en frente y vuelve a tomar el hilo del relato : “Los animales mueren calcinados vivos, Una de las fotos que nos quedan es haber visto los caracoles de ríos enterrados vivos, calcinados, como cuando se come una paella, pero en un gran arenal donde la desidia y el fuego antrópico han producido esta quemazón. Hemos encontrado ranas con las falanges afuera, lo que quiere decir que la piel ha sido derretida y los huesos estaban `por fuera, víboras con los aparatos reproductores salidos que, seguramente, han estado merodeando en los curupí o en los sauzales y han muerto de manera muy cruel con estas temperaturas de casi 90 grados “
Es Ana Paula ahora la que quiere participar. Ella es mucho más joven y hace ya un tiempo que trabaja como becaria con Rafael y Paola. Me aclara que semejante temperatura también lo sufre el suelo y los animales, tanto los que están en la superficie como los que viven en el subsuelo. “El suelo tiene su microbiona, me explica, y sus microroganismos que aportan toda la riqueza que en estas condiciones es destruido “. Intentobuscar algún atisbo esperanzador y le pregunto si la naturaleza, con el tiempo, puede llegar a recuperar todo lo perdido. No duda y me explica que si bien la naturaleza es elástica tiene sus límites: “ hay recuperaciones que van a demorar mucho y hay otras que son irreversibles, me aclara, todo tiene un daño enorme a corto plazo. Algunas cosas se recuperaran, otras no y otras lo hacen pero parcialmente”, Paola la escucha con atención y aporta que con la cantidad de seres vivientes que se mueren no se puede volver a la resiliencia que tienen los ecosistemas, y detalla que “los humedales no se aguantan tanto fuego ni la pérdida de esa trayectoria natural, la regeneración de la vegetación hace que no haya retorno al punto inicial. Se queman los bancos de semilla, se mueren los animales en época de reproducción, árboles que están en el momento de floración, se queman los frutos y se corta la regeneración de estas plantas”.
En la charla se produce un silencio, seguramente fruto de tanta impotencia ante el panorama que la investigadora acaba de presentar. El silencio se interrumpe con una pregunta de la misma entrevistada que cierra la frase ¿Qué vamos hacer dentro de un tiempo si no hay regeneración?.
La pregunta no genera respuesta, pero tiene la enorme virtud de hacer reflexionar.
Animales, planteas, bacterias, hongos, todo lo vivo se muere. No puedo dejar de pensar en este término nuevo que debimos buscar para explicar lo que estamos haciendo: ecocidio, un genocidio pero de la naturaleza, una destrucción total del ecosistema y pregunto si es exagerado suponer que eso es lo que estamos presenciando. Rafael se apura en contestar y me dice que si observamos lo que va a quedar de las islas se lo puede denominar así. Tampoco puedo dejar de pensar cómo explicarle a mis hijos, a los más jóvenes que somos la generación que está destruyendo vida, que, de manera suicida. estamos atentando nos solo contra otras especies sino contra nosotros mismos.
Paola asiente lo dicho por Rafael y afirma que las causas de los incendios no es solo la sequía, que ellos pudieron ver la mano del hombre. “Algunos incendios fueron ocasionados por el agronegocio” me dice sin dudarlo y agrega “se sabe que en estos humedales se crían las vacas y se quema para que los pastizales crezcan más tiernos, pero hoy los granos desplazaron la práctica ganadera. Además hay negocios inmobiliarios y nadie hace nada porque hay muchos intereses detrás que no podemos identificar, pero cuando fuimos hemos encontrado caballos, pajonales cortados al ras, cosa que no debe suceder en un humedal, o sea, hemos visto cuestiones antrópicas que están pasando por encima de lo que es la trayectoria normal de estos humedales.”
La entrevista se hace cada vez más difícil de sostener. A esa conjunción de sentimientos que van de la pena a la tirria se le agrega un humo cada vez más espeso que hizo que algunos paranaenses que aprovechaban la tarde del viernes para estar en la playa, junten sus cosas y se refugien en sus hogares. Asombrosamente ya pasó más de una hora y nadie fue a apagar el fuego que, obviamente, cada vez es más intenso. No puedo dejar de pensar, egoístamente, que esto también afecta la salud de los que no van nunca a la isla, que viven en la ciudad. Lajmanovich me lo confirma: “Hay un trabajo del Dr Damiàn Verzseñassi, en Rosario, que demostró como hubo un aumento de enfermedades respiratorias por la quema de las islas que están frente a esa ciudad. En Paraná seguro que pasa lo mismo, estamos respirando en la ciudad ceniza que trae el viento, esto afecta también la salud”.
Me quedo en silencio. Recuerdo una entrevista que le hice hace más de un año al Dr Verzeñassi donde explicaba que cuando se respira humo se acelera el ritmo del daño celular. En aquella nota me confirmaba que casi la mitad de los rosarinos sufrían de problemas respiratorios por la mala calidad de aire que respiraban ya que, producto entre otras cosas de los incendios, esa ciudad tenía cinco veces más contaminación en su aire que lo que permitía la OMS.
Rafael me saca de ese recuerdo y, sabiamente, me dice “La salud es una sola. no hay salud humana y salud ambiental, si el ecosistema está enfermo, estamos todos enfermos. La sociedad se enferma cuando se enferma el ecosistema”
Los despido a los tres. Les agradezco no solo por la nota, sino –y fundamentalmente- por el trabajo que hacen y me voy pensando en lo enfermo que estamos. Cuando paso el túnel subfluvial e ingreso nuevamente a la Provincia de Santa Fe me vuelve a impresionar los árboles, todos quemados, a la vera de la ruta 168.
En el horizonte se ve una columna de humo, otro humedal está sufriendo.