por Fede Ternavasio
En las últimas semanas esta frase se debe haber escrito más de mil veces, en varias lenguas: «la pandemia lo ha cambiado todo». Y otra vez, hay que convocarla, cuando uno quiere pensar la forma en que accedemos a distintos bienes culturales.
Día por medio nos enteramos que unx músicx o banda va a dar un recital en vivo por alguna red social, que alguna productora, sea HBO o Discovery Kids, «libera» el acceso a parte de su contenido.
Pero claro, el acceso a la cultura en las últimas décadas ha sido moldeado en gran parte, no por lo que sea más conveniente para lxs artistas o su público, sino por el capitalismo y sus lógicas. Y así como el coronavirus ha puesto en jaque las economías en general, también ha empezado a generar un movimiento de fichas en las formas en que se producen y se distribuyen los bienes culturales.
Dar clases sin fotocopias
El primer lugar en el que esto saltó a la luz como un problema es en las escuelas y los cursos universitarios que debieron pasar a la virtualidad. En lo presencial en Argentina la bibliografía se resuelve mediante un simple acto de lo que para el capitalismo es un robo o «piratería»: sacar fotocopias.
Ahora la virtualidad pone de manifiesto que, en realidad, la gran mayoría de los textos a los que accedemos en el sistema educativo -o en cualquier otro ámbito- están fuera de nuestro alcance, no solamente físico, sino también económico. Para poder leerlos hay que pagar, y por ende a ciertos bienes culturales pueden acceder solamente quienes tengan cierto poder adquisitivo.
Lo que nos impide el acceso a ciertos bienes culturales es el copyright, una forma de licenciamiento privativo, que se reserva, fundamentalmente, el «derecho de copia». Yo compro un libro, pago el acceso a ese contenido, pero no puedo compartirlo salvo en una forma en que me priva a mí de acceder, es decir, dándole el objeto físico a otra persona y quedándome yo sin él.
Frente a esto existen licencias de «cultura libre», que lo que hacen es resguardar la autoría (se reconoce quién creó el bien cultural), pero según el caso se permite realizar copias, modificar el contenido (o «crear obras derivadas») y hasta vender copias si es que se necesita generar un ingreso.
Hace un tiempito tuve la oportunidad de escribir sobre esto en otro medio con más detalle, pero en este caso lo que me interesa remarcar es que existen proyectos editoriales que han tomado la decisión, como postura política, de inscribirse en lógicas de cultura libre, y por lo tanto licencian su contenido de una forma en la que permite que se acceda gratuitamente a los textos, y claro, que se los pueda compartir.
Hoy que los grandes conglomerados editoriales como Anagrama o Norma deciden dar acceso a uno o dos de sus títulos como estrategia de marketing en el medio de la cuarentena, vamos a recomendar entonces una editorial comprometida con otro tipo de valores, Tinta Limón.
Te queremos, Tinta Limón
Lxs compañerxs (y eso ya es decir) de Tinta Limón se definen como una «editorial colectiva y autogestionada». Recuperando el espíritu de esa tinta de limón, «uno de los modos de la escritura clandestina», se proponen «escapar de lo obvio»: se inscriben en una especie de «clandestinidad» pública, una subversión de los modos habituales del mercado editorial, al servicio de «evadir nuevas prisiones».
La mayoría de su catálogo se compone de autorxs-activistas indispensables: Silvia Federici, Verónica Gago, «Bifo» Berardi, Suely Rolnik, Paolo Virno, Félix Guattari y el Colectivo «Juguetes Perdidos», entre otrxs. Todos sus títulos son accesibles en formato .pdf desde la misma web de la editorial, una apuesta incomprensible para quienes solamente entienden las editoriales como «guardianes» del acceso al conocimiento.
Pero el hecho de que los textos estén licenciados en Creative Commons o licencias de producción de pares, genera que uno pueda enamorarse virtualmente de esos textos que después, la mayoría de las veces, termina comprando. Y de paso, en el caso de esta editorial, a un precio accesible. Sí, todo lo que está bien.
Para contribuir a pasar el rato de tantxs lectorxs encerradxs, así como para visibilizar el gran laburo de Tinta Limón, van tres títulos recomendados, tres libros «libres» que se encuentran para descargar en la misma web de la editorial:
«Saraus» (2014) VV.AA. Este es un libro para lxs buscadorxs de belleza que son también «lectorxs salteadxs», como decía Macedonio Fernández, esxs que en vez de comerse todo el libro, van haciendo una picadita entre sus páginas.
Los «Saraus» son espacios poéticos que fueron clave para la conformación y consolidación del Movimiento de Literatura marginal/periférica de San Pablo, en Brasil. Son reuniones en bares donde las vecinas y los vecinos tienen micrófono abierto para recitar poesía. Y son espacios que empezaron a multiplicarse y a convertirse en centros culturales.
La antología de Tinta Limón recupera textos de diferentes autoras y autores de esta movida (y de distintos momentos en su historia), que tienen en común poner en juego una estética contestataria y una revalorización de la poesía como forma de intervención política. Hoy donde la poesía tiene que ver mucho con cierta “intimidad inofensiva”, como dice Tamara Kamenzain, la experiencia de este movimiento está buena porque sacude un poco los lugares comunes de cierta poesía cómoda. Acá también hay intimidad, pero una intimidad que generalmente nunca aparece representada en la poesía en primera persona. Como dice un poema de Sergio Vaz, uno de los autores retomados en esta antología, él “no es poeta, juega al fútbol de potrero en el papel”.
«¿Quién mató a Cafrune?» (2018). Jimena Néspolo. Un librito sorprendente. Muy bien escrito y atrapante, si bien tiene como centro la figura y la obra de Jorge Cafrune, juega también con ser una autobiografía de su autora, Jimena Néspolo. Engancha y va trenzando anécdotas, interpretaciones, datos, documentos y biografías.
Es un libro breve que tiene alrededor de 100 páginas, a lo que se suma un anexo con muchos documentos y relevos de información sobre la obra de Cafrune. Si bien a primera vista puede parecerle poco atractivo a quienes no sean aficionadxs al folclore, es una impresión que se desvanece por completo ya en los primeros párrafos del libro.
«La noche de los proletarios» (2010). Jacques Rancière. Un clásico, que quizás no haya tenido nunca la atención que se merece.
El autor, Rancière, que seguramente muchxs conozcan por su libro “El maestro ignorante”, escribe o “crea” este libro sobre el trabajo, lxs trabajadorxs, la política y la libertad. Y digo “crea” y no «escribe» porque en realidad lo que hace es articular una serie de voces que han quedado sepultadas en la historia intelectual.
Es un “archivo del sueño obrero”, como dice el subtítulo del libro, que recupera documentos (cartas, discursos, notas, diarios) dejados por lxs obrerxs saintsimonianxs del siglo XIX. Y es a la vez una representación de cómo existía una cultura letrada sofisticada (un mundo generalmente custodiado por las academias) encarnada en cuerpos que pasaban el día sometidos a trabajos físicos para la supervivencia económica, pero que por las noches se ponían a disposición de explorar y expandir sus propios sueños y utopías mediante la escritura.
¿Te interesó la movida de la cultura libre? Acá podés seguir leyendo algunas cosas más. Y no te olvides, dejanos tus comentarios para seguir la discusión!