Por Ricardo Serruya.
Parece una burla del destino: se nos mueren los imprescindibles.
Cuando comenzaba el sábado 10 de mayo del 2014 moría Andrés Carrasco.
La tinelización de la cultura hace que muchos no sepan quien fue este enorme quijote del siglo XXI que peleó contra los nuevos molinos de viento. Carrasco fue el científico que confirmó los efectos devastadores del glifosato, la persona que supo unir ciencia con compromiso social y por eso trabajó en el laboratorio pero peleó en cada lugar donde pudo: en estrados dando conferencias y charlas y también pisando el barro del barrio Malvinas Argentinas uniéndose a la lucha contra la instalación de la multinacional Monsanto en Córdoba. Dio conferencias en nuestro país y en el extranjero pero también acompañó a los pueblos fumigados.
Pido permiso y tomo la licencia de violar el principio periodístico de evitar el uso de la primer persona del singular , pero en este caso el dolor y el homenaje es personal.
Conocí a Andrés Carrasco cuando el siglo comenzaba . Las primeras charlas fueron telefónicas: entrevistas para mi programa de radio. Yo estaba preocupado por los rumores sobre pueblos enteros que sufrían los efectos de las fumigaciones con agrotóxicos y este científico, de apellido común que había sido presidente del Conicet y que se desempeñaba como jefe del Laboratorio de Embriología de la UBA, había comprobado que una substancia: el glifosato –de amplio uso- era causante de enfermedades y muertes.
Para quien se despertaba a la problemática –era mi caso- fue necesario investigar, buscar datos, conocer la situación y el estudio de Carrasco era contundente: el glifosato era devastador en embriones anfibios y lo era también en los seres humanos.
Lo hablé y lo saque al aire. La primera impresión que medió fue la de un tipo parco, distante: con el tiempo descubrí a un apasionado, afectivo, compañero de lucha. Descubró a un quijote peleando contra la ciencia supuestamente subjetiva que no quiere introducirse en los problemas de las personas (¿para qué sirve entonces la ciencia? se preguntaba siempre Carrasco) , batallando contra los poles sojeros, los dirigentes políticos que miran para otro lado y hasta con los patoteros que solo saben de la fuerza de sus puños. Un tipo que iba a hablar donde lo invitaban no importara que fuera el congreso internacional que organiza la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Rosario , el centro comunitario de una localidad con pocos habitantes pero que vive de producciones rurales o un concejo deliberante que se proponía a legislar sobre el tema.
El iba donde lo invitaran: con su portafolio, su computadora personal llena de datos y cuadros y sus anteojos para mirar de cerca que parecía se caían del final de su nariz.
Como cuando en agosto del año 2010, fue a una escuela de Chaco a dar una charla y empresarios arroceros junto con punteros políticos intentaron lincharlo. Carrasco no pudo bajarse del auto, querían golpearlo y tuvo que irse.
Fue ninguneado por los burócratas del Conicet, por eso fueron hasta su laboratorio a patotearlo, por eso recibió llamadas anónimas que amenazaban a él y a su familia, por eso, el por entonces Ministro de Ciencia Lino Barañao lo desacreditaba para defender un modelo de producción que enferma, genera desocupación y mata
Ante todo eso Carrasco respondía con estudios serios y con su propio cuerpo: “Creen que pueden ensuciar fácilmente treinta años de carrera. Son hipócritas, cipayos de las corporaciones, pero tienen miedo. No hacen ciencia, son delegados del poder”, le dijo a este periodista en una ocasión
Como suele ocurrir en estos casos desacreditaron su trabajo sin una sola prueba. Lo golpearon desde los sectores rancios que engrosan sus bolsillos con el nuevo modelo de agricultura tecnológica y hasta del gobierno que le pidieron que baje sus críticas.
Los quijotes nunca dejan de pelear y Andrés era la re-encarnación de un nuevo quijote, siguió alertando sobre el carácter letal del modelo y renunció a su cargo de Secretario de Ciencia en el Ministerio de Defensa para poder expresarse libremente.
Las acusaciones volvieron para desprestigiar su trabajo: “sus trabajos no se publican en revistas científicas internacionales”, apuntaron . Otra falsedad. En el año 2010 la revista Chemical Research in Toxicology (Investigación Química en Toxicología) de los EEUU publicó su investigación.
Mi trabajo periodístico me hizo conectarme regularmente con él, aquel tipo parco se convirtió en un compañero de andanzas. Cada vez que lo hablaba para sacarlo al aire respondía con generosidad, cada mail que le enviaba para que me aclare dudas -ya que estaba en la producción de mi libro “La venganza del amaranto”- era respondido.
En el año 2013, la cátedra de salud socio ambiental de la Universidad Nacional de Rosario tuvo la gentileza de invitarme a dar una charla sobre mi libro. La charla fue en el aula magna de la facultad y entre los asistentes estaba Andrés Carrasco, sentado en la segunda o tercera fila. No pude evitar tener miedo. Un auditorio muy exigente: médicos, estudiantes de medicina, investigadores junto con militantes ambientales, integrantes de pueblos originarios que resisten al modelo agrotecnológico , las valientes madres de Ituzaingó y allí, muy cerca el que había comenzado todo el trabajo científico sobre el tema: Andrés Carrasco
Finalizada la charla, Andrés se me acercó, me dio un abrazo grande, sostenido, me felicitó y me pidió un libro. Me emocioné. Era el afecto y la felicitación del Profesor para con el alumno. Todavía hoy pienso que mientras vivió mi libro estuvo en su biblioteca.
Seguimos en contacto: compartimos un panel en el ex hospital Italiano de Santa Fe –junto al amigo y excelente profesor universitario Damian Verzeñasi- que terminó con un extenso almuerzo en un restaurante de mi ciudad que se prolongaron en varios correos y llamadas telefónicas.
Podría haberse quedado ahí pero el gallego porfiado siguió y un día mandó una serie de correos donde decía que un nuevo veneno iba a ser usado para fumigar, se trataba del glufosinato . Andrés demostraba lo que veníamos diciendo, cada vez se iba a necesitar ms cantidad y nuevos venenos. Hoy, la introducción del trigo HB4, lamentablemente le da la razón a Andrés.
Lo había anticipado muchos años antes.
La última vez que hable con él fue para una entrevista telefónica para mi programa de radio, fue cuando me enteraba –gracias a un artículo del valiente periodista y amigo personal de Andrés Carrasco , Darío Aranda- que el Conicet le negaba un ascenso a investigador superior. Un tribunal poco serio y sin fundamentos lo castigaba. Era el precio que pagaba por su coherencia y valentía
Ya sabía que un cáncer de estómago le contaba los días.
Le dijo a muy pocos de su enfermedad
Y siguió. No paró
Siguió investigando y hablando. Siguió denunciando.
Al tiempo viajó a México para participar del Tribunal Permanente de los Pueblos, un tribunal ético internacional, que va monitoreando los derechos humanos. No pudo quedarse hasta el último día, sufrió una descompensación y tuvo que volver para ser operado.
Pero no paró
En marzo fue a Los Toldos a una audiencia pública sobre agroquímicos y una vez más dio cátedra a concejales sobre los efectos de los agroquímicos.
Fue –al menos para este periodista- la última noticia que tuve de él.
Error: la última noticia fue un mensaje que me mandó un amigo: “Murió Carrasco” – decía insolentemente la pantalla del celular- para continuar diciendo: acaba de informarlo Darío Aranda.
Quise creer que se trataba de un error y empecé a llamar a otros amigos de lucha que –como yo- contenían el llanto y apenas podían hablar con el nudo que habitaba nuestras gargantas.
Se fue un imprescindible, un gallego terco que alertó que nos están envenenando y matando. Un científico que demostró que la ciencia no sirve de nada si no es para ponerla al servicio de los hombres y las mujeres.
Se nos fue un quijote del siglo 21.
Te extrañamos Andrés… Mucho.