Por Ricardo Serruya
Podrán decir que soy un soñador, pero no soy el único, dijo John Lennon en 1971 cuando compuso Imagine.
Me pregunto cuantas veces lo habrá recitado Chavela Zanutig cuando diseñaba y soñaba con ese consorcio de productores que generen alimentos sanos. Sus claros y enormes ojos pudieron ver ese sueño hecho realidad, y hoy, aunque físicamente no está, La Verdecita continúa caminando, desde algún lugar sigue viendo como aquella semilla germinó y se transformó en este presente que camina.
La verdecita ya tiene 15 años y puede definirse como “una organización política territorial donde funciona un grupo de activismo cultural y un consorcio de pequeños productores hortícolas del cordón verde de Santa Fe”. Quien me explica y define este sueño colectivo es Virginia Liponetzky, la hija de Chavela que continúa motorizando este sueño.
Virginia es de tez morena, tiene el pelo enrulado y unos ojos marrones que no dejan de mirar los de la otra persona cuando habla y, mientras clava su mirada en la mía, me cuenta que hoy está formado por “35 familias que forman parte del consorcio de agricultura familiar y que a la feria de la plaza van entre 18 y 20, muchos no pueden por el tema movilidad, son de Arroyo Aguiar, Monte Vera, Recreo, los que cuentan con un medio o se puede costear el flete vienen”.
Virginia no me aclara de qué plaza habla porque en ese lugar estamos haciendo la entrevista. Se trata de la Plaza Pueyrredon. Aunque así está anotado en Catastro de Santa Fe, en realidad los artesanos la bautizaron como “la plaza del sol y la luna” y la gente como “la plaza de los artesanos”. Allí todos los domingos, desde hace años, puestos de decenas de artesanos muestran y venden -con los acordes de música que acompañan- sus producciones.
Esta plaza repleta de vida, los sábados por la mañana cambia su escenografía y en otros puestos, los santafesinos compran verduras, frutas, sahumerios, panificación y plantines. El coqueto barrio Candioti se inunda de colores y de olores a puerro, ajo, acelga y perejil.
La plaza, lugar donde los griegos discutían de política, donde los españoles edificaron en sus colonias la vida institucional y religiosa, es hoy el espacio de encuentro, de recreación y, en este caso un rincón repleto de vida. “El año pasado logramos poner nuestro local en Estanislao Zeballos, me cuenta Virginia, y completa la idea aclarándome que “… todos los jueves vamos y ofrecemos bolsones agroecológicos que, previo pedido, pueden retirarlos o lo llevamos a domicilio para el que no puede”. Ese delivery sustentable lo realizan otros brazos solidarios y desinteresados.
En la plaza, los sábados a la mañana, hay muchos puestos. La aclaración, entonces, era necesaria: “no todos son productores ecológicos, algunos están en transición. Para producir agroecológicamente, la tenencia de la tierra es muy importante. Hay que mejorar el suelo, diversificar poner una leguminosa para fijar el nitrógeno y pasar un tractor…cuando tenés que pagar un alquiler todos los años y no sabes si te van a sacar del lugar, se hace difícil, por eso cuando se habla de agroecología hay que pensar en la tenencia de la tierra. “
A Virginia la acompaña Verónica Jaramillo. Verónica tiene un pelo tan largo como brilloso, su hablar es pausado y dulce a la vez. Verónica es una de las beneficiarias del plan lanzado hace ya un tiempo por el Ministerio de la Producción que, luego de 4 años de arduo trabajo y gestión del consorcio, dio en comodato 4 hectáreas de tierra ubicadas en Angel Gallardo, detrás del INTA. Hoy en ese lugar se produce agroecológicamente
“Soy productora agroecológica de Angel Gallardo”, se presenta orgullosamente Verónica . Ella y su familia hace tres años que están en los módulos del INTA, y sin que pueda preguntarle me dice “Antes nosotros alquilábamos, dependíamos mucho de la tierra, por eso siempre digo lo primero es la tierra, necesitamos la tierra, la organización hizo que cuatro familias trabajemos en estos módulos haciendo la transición hacia la agroecología y hoy ya somos productores ecológicos”
Verónica es mamá de tres hijos y trabaja la tierra con su pareja y es una gran cronista: “ Al principio cuesta producir agroecológicamente porque venís de la convencional tenés miedo de perdida, pero después te llena de satisfacción, nos cuidamos. Antes si mi pareja fumigaba con la mochila a mi me picaban los ojos, me goteaba la narzi. Hoy yo me pongo la mochila con un biopreparado natural y es una satisfacción porque yo sé qué le estoy poniendo a la verdura, y sé lo que voy a vender, sé qué puedo ofrecer y que todo lo que vendo es sano. Estoy muy feliz de poder vender esta verdura”
Me resulta gratificante que en tan pocas y sencillas palabras se encierre tanta sabiduría y, una vez más, me viene a la cabeza la imagen de Chavela, sonriente, feliz, plena viendo que aquello soñado fue posible.
Quise que Verónica me cuente más, que me diga como hace para combatir los insectos o la llamada mala hierba y me dijo que lo hacen con bio preparados, usando plantas naturales, que lo aplican dos veces por semana y que así la planta crece bien, fuerte y sana. Más adelante me dirá que fueron ingenieros agrónomos del Ministerio de la Producción los que le enseñaron y que por eso hoy, además de no alquilar, gasta mucho menos plata porque ya no compra químicos
Puedo asegurar que Vero es feliz, se nota en la luz de sus marrones ojos, en su sonrisa y en su entusiasmo cuando cuenta: “Tener tierra es fundamental, se trabaja más tranquilo, se tiene vida sana… mi salud está mucho mejor y el consumidor también porque come la verdura sana. Si el productor no está sano no puede tampoco producir sano, estamos sanos y ofrecemos sano. Me pone muy feliz producir agroecológicamente . Yo trabajo desde los 11 años con mi padre que producía convencional, cambiar eso me pone feliz”
Virginia asiente todo lo que dice Vero, ella sabe -después de estar en La Verdecita hace tantos años- que el tema de la tierra es importante, y sabedora que hay que pensar más allá del presente teme que la presión inmobiliaria sigua creciendo hacia el norte y se reduzca el de producción de alimentos. Por eso sugiere “pensamos una especie de procrear rural para que el pequeño productor pueda acceder a la tierra en cuotas para tener un previsibilidad, porque cada vez hay menos tierra para producir y sin poder vivir en el lugar donde se cultiva se hace más difícil”.
El convenio con el Ministerio de la Producción y los cursos con el INTA son un eslabón en una cadena repleta de logros, la misma Virgina así lo entiende “avanzamos mucho y ganamos algunas batallas, Convencer al productor que trabaje así fue una tarea cultural, es más fácil convencer al consumidor que al productor porque está la competencia con otras producciones que crecen más rápido pero hacen daño y esa dualidad hubo que trabajarla.”
Algo puede sacarse de la situación penosa que nos hace atravesar la pandemia: la relación con el ambiente seguramente será una de ellas. Es lo que se vive con las ferias agroecológicas. Hoy diferentes rincones de la ciudad de Santa Fe son visitados por santafesinos y la necesidad de quedarse en casa o reflexionar sobre nuestra alimentación ha aumentado la convocatoria. Virginia lo detalla sabiamente: “esto sirvió para pensarnos en el alimento, relacionarse con el preparado que a veces el tiempo no nos permite. Acá se habla con el productor, se pasan recetas, aprendemos. La pandemia nos sirvió para pensar que el eje de la economía tiene que ser el cuidado, la economía tiene que pasar por cuidarnos y por el sostenimiento de la vida”.