Por Martina Baiz y Martin Fernandez.
Cada 4 años en algún lugar del mundo, se celebra la Copa Mundial de Fútbol organizada por la FIFA, y como desde hace más de 90 años muchxs argentinxs renuevan la esperanza a la espera de que Argentina vuelva a ganalo.
Ya demasiado lejos han quedado las dos copas
del mundo que ha conseguido nuestro país, una en el 78 y la última en 1986.
El primer mundial que gano argentina fue el
del 1978, con Cesar Menotti como entrenador. Sin lugar a dudas una de las
alegrías deportivas más significativas de nuestra historia. Pero existe una
cuestión, es preciso y necesario mirar más allá de la cortina de la gloria y
contar, como unos pocos metros separaban la alegría de la tortura y de la
muerte.
«Argentina está ahora más apta que nunca
para ser sede del torneo». Esas fueron las palabras pronunciadas por el
entonces presidente de la FIFA, el brasileño João Havelange, que marcaron el
inicio del Mundial de Fútbol de 1978 en Argentina.
Con ellas se dio el pistoletazo, nunca mejor
dicho, de salida al campeonato que llevó al estrellato a la Selección Argentina
de Fútbol. Pero también fue el momento exacto en el que el deporte comenzó a
servir para legitimar la última dictadura que sufrió nuestro país.
A inicios de la dictadura , allá por 1976,
una consultora estadounidense de imagen realizó un estudio en argentina. El
mismo sugería a las fuerzas armadas a
que mejoren su imagen, y definían el mundial de fútbol como el acontecimiento
preciso para que la dictadura se legitimara ante el mundo.
Desde el día que tomó el poder, la junta
militar dio máxima prioridad a la organización de la Copa del Mundo. El
objetivo, lejos de ser deportivo, fue utilizar el evento para configurar una
buena imagen del régimen y así reclutar apoyo internacional. Además, el foco
mediático estuvo centrado en el desarrollo del evento, lo que permitió que se
taparan violaciones de derechos humanos, desapariciones y asesinatos enmarcados
en la época de la nefasta dictadura.
Para financiar el torneo se creó el Ente
Autárquico Mundial 78, que tenía un presupuesto ilimitado y además no existía
ningún tipo de organismo que auditara un control de los gastos. Tal es así, que
se gastaron más de 520 millones de dólares para la construcción de estadios,
aeropuertos y remodelar ciudades.
Después de meses de negociaciones, (y negociados), comenzó el mundial. La ceremonia inaugural se realizó al mejor estilo nazi en el estadio de River Plate y el principal orador, fue el Teniente Coronel Jorge Rafael Videla, que aquél día expresaba: “Señoras, señores, hoy es un día de júbilo para nuestro país, La Nación Argentina. Dos circunstancias concurren a ese efecto: la iniciación de un evento deportivo en escala internacional como lo es este campeonato mundial de fútbol setenta y ocho”
Tras casi un mes de partidos enmarcados entre
fútbol, sospechas de sobornos y rumores de corrupción, el 25 de Junio de 1978
La Selección Argentina se coronó campeona del mundo, con un gol en tiempo extra
desde los pies de Daniel Bertoni.
Argentina campeona, pero, ¿Qué se ocultaba a
pocos metros del estadio?
Los festejos en todas partes fueron alegres y
eufóricos, pero hubo excepciones. «Mientras se gritan los goles, se apagan
los gritos de los torturados y de los asesinados», dijo la presidenta de
Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, en el documental “La Historia
Paralela” al referirse a los acontecimientos de aquel año.
En el estadio de River Plate, los festejos de
la argentina campeona. Pero a casi 700 metros, sobre Avenida Libertador, se ubicaba
la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA); uno de los mayores y peores centros
clandestinos de detención que funcionó como campo de concentración durante la
última dictadura argentina.
El mundial, también se vivía desde la ESMA.
Desde el año 1977, los secuestrados en la
ESMA, fueron obligados a realizar trabajo forzado para el mundial que, entre
otros, incluían traducciones y realización de campañas a favor de las
dictaduras, coberturas periodísticas y tareas similares.
Así lo expresó Miriam Lewin (secuestrada en
la ESMA entre marzo de 1977 y enero de 1979) en su testimonio durante el Juicio
a las juntas: “Trabajaba en la oficina de prensa de la pecera. Redactaba notas
que después salían en el noticiero de canal 13, donde el interventor del canal
era un marino aparentemente amigo político de Massera. Notas que se difundían
por radiodifusión Argentina al exterior sobre la imagen argentina, notas sobre
turismo; yo también participaba de esa tarea. Mi tarea era esa y la traducción
de artículos de Inglés y Francés”
Quizás Eduardo Galeano, en “El Libro de los abrazos de 1989”, puso en palabras lo que durante mucho tiempo costó decir: “El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El miedo de saber nos condena a la ignorancia; el miedo de hacer, nos reduce a la impotencia. La dictadura militar, miedo de escuchar, miedo de decir, nos convirtió en sordomudos. Ahora la democracia, que tiene miedo de recordar, nos enferma de amnesia: pero no se necesita ser Sigmund Freud para saber que no hay alfombra que no pueda ocultar la basura de la memoria”.
Hoy, a 44 años del inicio de la dictadura, volvemos a hacer memoria, para recuperar la verdad y para reivindicar que se siga haciendo justicia.