Por Ricardo Serruya
El Presidente Milei habló en la ONU. Volvió a negar el cambio climático y se separó de la parte del mundo que –discursivamente- plantea acciones a llevar a cabo para combatir la crisis global climática
El 3 de octubre el Presidente Javier Mieli hizo su presentación en la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En su discurso criticó al organismo y –una vez más- negó la actual crisis climática, criticó la agenda 2030 y la Agenda del Futuro.
Aunque es evidente que vivimos un presente de cambios climáticos elocuentes y contrastables, el Presidente –sin mencionar evidencia alguna- vuelve a la carga con la frase macartista de que todo es falso y que se trata de un invento del socialismo.
Estas declaraciones continúan expresándose a la par de lass demostraciones empíricas permanentes: temperaturas agobiantes que matas a personas por frio o calor, inundaciones, tornados entre otras catástrofes a las que se le suman las publicadas por la ciencia que afirman que vivimos un momento de “No retorno”
Vale aclarar que en el año 2015 Naciones Unidas planteo la Agenda 2030 que el presidente defenestró en su discurso. En uno de los tramos Milei , apocalíptica y proféticamente expresó “Vengo a decirle al mundo lo que va a ocurrir si Naciones Unidas continúa promoviendo las políticas colectivistas de la agenda 203’, que aunque bienintencionada en sus metas, no es otra cosa que un programa de gobierno de corte socialista que pretende solucionar los problemas de la modernidad con soluciones que atentan la soberanía de los estados – nación y violenta el derecho a la vida, la libertad y la propiedad de las personas. La agenda pretende solucionar los problemas de la pobreza, la desigualdad y la discriminación con legislación que, lo único que hace es profundizarla. La historia del mundo demuestra que la única manera de garantizar la prosperidad es limitando el poder del monarca…La agenda 2030 obedece a interese privilegiados”.
En este contexto sirve aclarar qué es y qué propone la agenda 2030.
Se trata de un plan de acción que plantea la necesidad de trabajar por la salud de las personas y el planeta sosteniendo un plan de 17 objetivos de desarrollo sostenible y 169 metas que abarcan temas económicos sociales y ambientales.
Un incompleto e irrespetuoso resumen de lo planteado propone el fin de la pobreza, el hambre cero, garantizar la salud y la educación y la igualdad de género. También brega por la justa distribución del agua, la generación de energía sana, la construcción de ciudades sostenibles, la producción y el consumo responsable y la acción por el clima.
Ante enunciados tan humanitarios ¿cómo se puede estar contra?
Muchos de los que se oponen a estas disposiciones plantean que el supuesto desarrollo y el comercio están sobre la defensa de la salud y la vida de la naturaleza y de las personas. Es el caso del actual gobierno argentino para quien la libertad de comercio es una deidad.
Resulta inverosímil que hoy, con la cantidad de evidencia empírica se pueda negar la crisis climática y ambiental en que estamos inmersos. Cambios drásticos de temperaturas, inundaciones y sequias conviven con investigaciones científicas que alertan sobre la realidad que vivimos.
Si todo esto no alcanzara el Banco Mundial (una institución amada por los amantes del libre mercado) informó que desde hace tres años millones de estudiantes de todo el mundo sufren un detrimento en su calidad educativa por la suspensión del dictado de clases debido a las graves inclemencias del tiempo.
La afirmación, se repite, la realiza el Banco Mundial y no una entidad ambientalista.
El informe es contundente y relata que más de 400 millones de estudiantes en todo el mundo vieron cómo sus escuelas cerraron temporalmente entre 2022 y este año por fenómenos meteorológicos extremos. Afirma además que hubo lugares donde el promedio de pérdida de clases llegó a 28 días de clase por alumno. Entre los datos más alarmantes se menciona que en estos tiempos un chiquito de 10 años sufre tres veces más inundaciones, cinco veces más sequías y treinta y seis veces más olas de calor que las que sufrió un niño en la década del 70.
Esta realidad –y otras- fue lo que en la última sesión de Naciones Unidas 143 países hayan firmado el Pacto del futuro.
Argentina no lo hizo.
El mismo Milei en su discurso Naciones Unidas acusó a este organismos de “ invertir su tiempo y esfuerzo en imponer a los países pobres como debe producir con quien vincularse que debe comer y en que debe creer… eso eses lo que pretende dictar el presente Pacto del Futuro”, y para que no quede ningún tipo de dudas remató expresando su disenso e invitando a todas las naciones del “mundo libre” que lo acompañe en esta negativa.
Una vez más, y ante tanta falacia hace falta detenerse en lo que se planteó en Naciones Unidas y que es lo que postula el Pacto del Futuro. Se trata de un acuerdo que propone 56 acciones “para enfrentar los desafíos de hoy: el mantenimiento de la paz, la igualdad de género, la lucha contra el terrorismo y la climática”
Nuestro país planteó varias disidencias, entre ellas considera innecesario trabajar por la igualdad de género y el empoderamiento de mujeres y niños. Tampoco coincide en que se deba fomentar un desarrollo sostenible con el ambiente, que sea necesario concretar acciones referidas al cambio climático ni iniciar una transición para abandonar los combustibles fósiles.
El negacionismo ante lo evidente convierte a quien lo postula en un necio o, para decirlo como lo plantea sabiamente el refrán popular: No hay peor ciego que el que no quiere ver”