Los memoriosos dicen que el 25 de marzo de 1977, en Capital Federal, hacía calor. Imaginate un tipo con lentes como culo de botella caminando por la Avenida San Juán. Hacía Tanto calor que el tipo salió de su casa de Tigre con camisa de mangas cortas, de color beige, un sombrero de paja (¿para cubrirse del sol o para pasar desapercibido?) y un portafolios en su mano con una carta que será obra cumbre de la literatura latinoamericana.
Esa mañana, temprano se levantó, tomó unos mates amargos y se tomó la lancha que lo llevó , pausadamente, por los ríos del Tigre, se bajó en el puerto de la localidad, esquivó algunos puestos de verduras y de muebles de mimbre y caminó algunas cuadras. Poca gente había temprano en el Municipio, llegó a la esquina, esperó y se tomó un colectivo. Cruzó la ruta que une Tigre con Capital, sentado en un asiento de uno solo miró el paisaje que pasó de la nada a las luces de la ciudad. Ya en Capital se bajó donde tenía pensado bajarse, se ató los cordones de unos zapatos negros a los que les faltaba lustre y le sobraba barro en sus suelas y acomodó –fundamentalmente para que nadie vea- un revolver de mano que era abrazado por el cinto de su pantalón.
Pero el arma letal no era ese revolver sino unos papeles, dentro de varios sobres que caminan con él desde el interior de su portafolios ya demasiado usado. le habían dicho que lo cambie pero se aferraba a él como amigo inseparable.
El tipo llega a la esquina de San Juan y Entre Ríos donde el buzón con su siempre boca abierta espera que deposite la misiva. A unos metros 25 personas lo esperan para secuestrarlo o matarlo. Eran días aciagos donde la muerte caminaba impunemente por la calle. Los asesinos que lo emboscan no pueden evitar que ese sencillo acto de introducir los sobres en el buzón se concrete. Sencillo acto que será visagra en la historia argentina.
Aquel buzón será trinchera y escudo de ese tipo, un tal Rodolfo Walsh que –sabiendo que el fin se acercaba- igual se defiende a los tiros. Aquel buzón será testigo de un enfrentamiento a plena luz de día y de la muerte de Rodolfo que es trasladado, sin vida a la Esma.
En el portafolio se encuentran copias de la carta, pero los originales ya están en el vientre de un buzón que, dicen, por primera vez en su vida cerró su boca para guardar el tesoro. En ese portafolio también encuentran el título de propiedad de la casa de San Vicente que será el vil pasaporte para que los patoteros la allanen y se lleven parte del tesoro: cuentos sin terminar, papeles de archivos, diarios, cartas, escritos…
Allí quedaron, en esa casa violada, la mesa de madera, su lámpara de kerosene que alumbraba la hoja blanca que abrazaba su vieja máquina de escribir donde se apretujaron los dedos para crear los cuentos más bellos y la carta más necesaria. Esa carta… “la” carta, la que iba dirigida a la junta militar al cumplirse el primer año del nefasto golpe.
Meticuloso ,casi hasta la obsesión, cumplió su objetivo y la carta estuvo finalizada para el 24 de marzo del 77. Se había impuesto tenerla finalizada para el primer aniversario del golpe de estado y trabajo sin descanso, día y noche para llegar. El cuento Juán se iba por el río también estaba en esa mesa, necesitaba solo ser pasado en limpio. Tuvo que esperar y esperó vanamente que su creador vuelva para finalizarlo.
Junto a otros papeles, ese cuento terminó también preso en un oscuro armario de la Esma. El trágico destino se empeño en que el creador y el creado compartieran, por horas, el mismo nefasto sitio. Rodolfo acribillado, con su pecho destrozado postrado en el piso, el cuento tirado junto a copias de una carta que no pudieron frenar y a otros escritos en la negritud de un armario.
Fiel reflejo de la prepotencia: matar, querer silenciar, ocultar, esconder, intentar –vánamente- tapar el sol con las manos
Paradojas de la vida, el cuento quedó preso en el pasado, la carta avizoró un futuro que él no vio y sin embargo pintó como si hubiera sido protagonista. Es que Rodolfo tenía la lucidez de poder ver más allá de su propio presente
En ese armario durmieron sin quererlo todos sus papeles: cartas, diarios, cuentos. Algunos de esos papeles y el cuerpo de Rodolfo desaparecieron… aunque él está siempre presente, alumbra con su escritura, con su testimonio, con su ejemplo, sin saberlo se convirtió en un gigante espejo, en un imprescindible espectro donde tantos, pero tantos intentamos reflejarnos.
Se salvó su diario ese donde confiesa “Las cosas que quiero, Lilia, mis hijas, el trabajo oscuro que hago, los compañeros, el futuro, los que no obedecen, los que no se rinden, los que piensan y forjan y planean, los que actúan, el análisis claro, la revelación de lo escondido, el método cotidiano, la furia fría, los títulos brillantes de mañana, la alegría de todos, la alegría general que ha de venir un día, la gente abrazándose, la pareja en su amor, la esperanza insobornable, la sumersión en los otros…”.
43 años pasaron y Rodolfo sigue viniendo.
Esta semana uno de sus asesinos fue extraditado desde Brasil. Estaba prófugo de la Justicia y está acusado por la desaparición del escritor.
Gonzalo “Chispa” Sanchez, de 69 años que también participó en vuelos de la muerte, fue arrestado en Rio de Janeiro. Se convierte en el primer caso de extradición de un represor argentino bajo el gobierno en Brasil del ex capitán Jair Bolsonaro
43 años pasaron y Rodolfo sigue viniendo, como el mismo lo escribiera en su prólogo de la primera edición de Operación Masacre en 1957: “ No puedo, ni quiero, ni debo renunciar a un sentimiento básico: la indignación ante el atropello, la cobardía y el asesinato”.