(Por Ricardo Serruya)
Mucho, mucho ruido Tanto, tanto ruido
Tanto ruido y al final Por fin el fin (Joaquín Sabina)
Desde 1982 Argentina celebra el Día Nacional del Ave. Cada 5 de octubre la efeméride nos invita a pensar sobre esta especie fundamental para la vida del ecosistema.
La fecha fue establecida por la Organización “Aves Argentinas” y fue elegida porque ese día el santoral de la Iglesia Católica celebra a San Francisco de Asis, el santo de la naturaleza. El relato religioso afirma que Francisco conversaba con los pájaros.
En nuestros días habitan en el territorio argentino cerca de mil especies de aves que representa a más del 10% de todas las existentes en el mundo. El dato negativo es que 150 de estas especies están en vía de extinción.
Esta realidad debiera generar mayor preocupación, pues cada uno de estos pájaros son importantes para la vida ya que mantienen el equilibrio del ecosistema, polinizan plantas, dispersan semillas reforestando bosques y cumplen funciones de control biológico al alimentarse -tanto ellos como sus crías- de insectos.
La modernidad ha generado una serie de inconvenientes y sufrimientos en diversas aves. La instalación de la nueva luminosidad con el sistema Leed es uno de ellos. Nadie niega que este tipo de luz genera una serie de beneficios: se trata de un sistema más económico y sustentable y produce una luminosidad necesaria en épocas de tanta inseguridad.
Tan cierta es esta observación como que en espacios donde se ha instalado este tipo de luces ha modificado el reloj biológico de muchas aves: es habitual escuchar, a horas de la madrugada, benteveos y otros pájaros cantar. Las luces blancas generadas por las lámparas leed, hace que crean que ya ha amanecido generando modificaciones de descanso y otras actividades y ocasionando un inconveniente en su salud.
Lo relatado puede resultar romántico o desubicado y puede ser acusada de exagerada ante otras realidades. Sin embargo no deja de ser un hecho que nos invita a pensar las relaciones que se entrecruzan entre modernidad y ambiente.
La luminosidad no es el único factor a tener en cuenta. El ruido también lo es Evelina Leon es Licenciada en Biología y Becaria Doctoral del Conicet. Desde hace años investiga cómo influye la contaminación acústica en las aves. Hace un tiempo fue entrevistada por este periodista. Para ubicarnos en el tema, nos define que es contaminación sonora o acústica: “Se trata del ruido ambiental, considerando al ruido como aquella señal que interfiere en la comunicación y que es producido por el ser humano que es el mayor generador de ruido. Eso afecta a muchos, también a las aves. Lo producen los autos, las fábricas, la música, los altoparlantes, etc”.
La definición aclara la realidad y vuelve a ubicarnos en el conflicto. Nuestras ciudades están saturadas de ruidos que dificultan constantemente nuestra existencia.
La Organización Mundial de la Salud afirma que en nuestro entorno, para tener una vida saludable, el ruido no debe superar los siete decibeles. A partir de esta sugerencia distintas ciudades han estipulados máximos tolerables de ruidos urbanos. La ciudad de Santa Fe dictó en 1992 la ordenanza Nro. 9623 (https://www.concejosantafe.gov.ar/wp-content/uploads/Ordenanza/Ordenanza_9623.pdf) que entre sus enunciados estipula que entre las 6 y las 22 horas el ruido no debe superar los 55 decibeles y entre las 22 y las 6 debe reducirse a un máximo de 45 decibeles. Sin embargo una medición realizada en el centro de la ciudad demostró que un colectivo genera un ruido que alcanza los 82 decibeles.
Lo que sucede en Santa Fe se repite –y hasta se multiplica- en otras ciudades. Como con tantos otros temas lo que se legisla está muy lejos de lo que realmente sucede.
Esta realidad ha modificado, para mal, nuestras vidas: un estudio médico afirma que el 80% de la población urbana de Argentina sufre alteraciones en su salud, entre las que enumera disminución auditiva, graves problemas para conciliar el sueño y pérdida de memoria. Lo que se anuncia empeora el cuadro, según el mismo estudio el 30% de la población juvenil sufrirá algún trastorno auditivo en el futuro.
También lo sufren los animales, León dice que el stress y los daños auditivos son una realidad que va en aumento en las especies que conviven con nosotros. En lo que respecta a las aves nuestra entrevistada es contundente: “Las aves sufren un stress fisiológico que puede afectar de diferentes maneras: cuando incuban los huevos, en la cría de los pichones, en la atracción de su pareja, en el llamado para alimentar a sus crías y en la defensa de sus territorios ya que el ruido ambiental le disminuye la posibilidades de que las señales puedan producirse. El canto de las aves es importante ya que, entre otras funciones, lo hacen para defender el territorio y atraer a la pareja , si estas dos funciones se ven afectadas se genera un desequilibrio en las densidades poblaciones.” Evelina León realizó este estudio a la vera de la Ruta 168, una prolongación de la ciudad de Santa Fe y que conduce a quien la circula hasta la zona de la costa santafesina o, en su defecto, a la vecina ciudad de Paraná. Entre sus conclusiones más importantes resalta que “al verse interrumpida la comunicación, las aves pueden dejar de incubar sus huevos, no escuchar el llamado de sus pichones y de esta manera no alimentarlos con la necesidad que demanden, no escuchar llamadas de alerta ante un depredador, no decodificar la información de su pareja en períodos reproductivos, todas consecuencias graves ya que provoca la no reproducción, que, a largo plazo genera un desequilibrio en la densidad de las poblaciones”.
Sostener que estos temas son banales o exagerados nos ha instalado en este momento de crisis ambiental que vivimos. Prestarle más atención y ser –como especie- más respetuosos de nuestro entorno y de las demás vidas que comparten nuestras existencias no solo nos hace empáticos, sino que aporta a una existencia menos traumática.