Por Juli Chapelet.
Mayo fue declarado por activismo y artivismos menstruales como el mes de la visibilización del ciclo menstrual-ovulatorio.
A lo largo del tiempo, la terminología mutó de higiene a gestión, y de gestión a salud, con el objetivo de ampliar el conocimiento y realizar un abordaje integral de esta problemática, que representa para las mujeres y personas menstruantes, una desigualdad física y económica.
Según un informe elaborado en el año 2021, por el Ministerio de economía de la Nación junto a Unicef, en Argentina más de 12 millones de niñas, adolescentes, mujeres, varones trans y no binaries menstrúan, este número representa según los datos del último censo el 26% de la población argentina. Un número realmente significativo, si además le añadimos que no todes cuentan con la posibilidad de acceso a productos de contención de sangrado, lo que se convierte en una barrera para diversos aspectos de la cotidianeidad, como por ejemplo asistir a la escuela.
Estos elementos, popularmente conocidos como “productos de higiene menstrual”, que la industria capitalista decidió autodenominar de cuidado personal femenino, solo cumplen la función de controlar nuestros caóticos y desadaptados cuerpos menstruales, con la única finalidad, de quitarnos(les) la ansiedad que genera la posibilidad de algún mínimo indicio de la menstruación en público
La pseudo democratización del consumo, bajo la idea de la “liberación femenina», sólo oculta y perpetúa la carga estigmatizante que aún poseen los cuerpos que sangran ante la mirada ajena. Las toallas y los tampones descartables, rápidamente se convirtieron en nuestros aliados y su compra se volvió imprescindible.
¿Es posible una gestión menstrual sustentable en Argentina?
Este interrogante se encuentra latente desde la perspectiva ecofeminista hace años y muestra que dentro del debate la interseccionalidad de género y ambiente, es una de las más invisibilizadas. Es decir, pone en evidencia y enmarca la discusión en un conflicto mucho más profundo: la desigualdad socioeconómica y educativa de los cuerpos menstruantes.
Resulta utópico, en la realidad concreta, pensar este interrogante. Recordemos, además, que las mujeres y las corporalidades menstruantes representan la porción de la sociedad con menores ingresos, como consecuencia de los mayores niveles de precarización, desempleo y empobrecimiento.
Actualmente continúan siendo demasiadas las dificultades que se presentan al momento elegir una gestión sustentable del sangrado menstrual:
-Falta de educación menstrual, muches llegan a la menarquia desconociendo completamente el ciclo menstrual-ovulatorio;
-Imposibilidad de acceso a productos de contención de sangrado amigables con el ambiente, como toallitas de tela o copas menstruales,
-Ausencia de servicios básicos para realizar una correcta esterilización y lavado;
-y finalmente, uno de los aspectos más arraigados: el tabú que rodea culturalmente la sangre menstrual. Nos enseñaron a tenerle asco, a ocultarla, a no entrar en contacto, nos enseñaron a invisibilizar nuestra ciclicidad.
Condicionades por esta multiplicidad de factores, muchas mujeres y cuerpos menstruantes, optan por productos descartables. Estos elementos se encuentran atravesados por una doble problemática: están compuestos de algodón, plásticos y químicos, tóxicos para el ambiente y para nuestras corporalidades.
Según investigaciones realizadas por la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de la Plata, las toallitas y tampones desechables están compuestos en un 60% de celulosa en copos (material no biodegradable) que contamina e incentiva a la deforestación. Les investigadores, además, agregan que el 85% de los productos contienen glifosato, que se utiliza en la fumigación del algodón.
A pesar de estos datos, en Argentina alrededor del 75% de las mujeres y personas menstruantes utilizan productos descartables, lo que genera aproximadamente 132 mil toneladas de basura no reciclable al año.
Si bien no existen datos oficiales sobre el impacto ambiental (porque tener datos implica hacerse cargo), los comprensas descartables debido a sus componentes pueden tardar hasta 500 años en degradarse. Por otra parte, la ONG “Banco de Bosques” calcula que anualmente se destinan 10.140 toneladas de pasta fluff para la producción de elementos desechables de contención de sangrado.
Este último material se obtiene a partir del monocultivo de una especie de pino, lo que moviliza el desmonte de la selva nativa para la fabricación de toallitas y tampones.
Es necesario avanzar en políticas públicas que garanticen un acceso equitativo a la gestión menstrual y promuevan la sustentabilidad ambiental.
MENSTRUAR ES SALUD, OVULAR ES POLÍTICO
TENER ACCESO A UNA GESTIÓN MENSTRUAL SUSTENTABLE Y SALUDABLE
CON NUESTROS CUERPOS Y EL AMBIENTE, DEBERÍA SER UN DERECHO