Por Ricardo Serruya
Una vez más se usa un espacio de reflexión –como lo es el editorial- para hablar del tema de la inseguridad, la violencia juvenil y de la edad de imputabilidad a partir de un hecho ocurrido en estos días.
El episodio ocurrió el lunes 8 en Capital Federal , cuando para robarle la bicicleta, un chico de 15 años asesinó a un médico de un disparo en el cuello
A medida que pasaban las horas nos enterábamos que el adolescente detenido ya había sido demorado en otras 4 oportunidades en lo que va de esto año por haber cometido robos.
Como ya ha pasado otras veces, a poco de conocerse la noticia, se instaló el tema sobre la edad en que una persona debe ser imputable. El mismo Diego Santilli, vicejefe de Gobierno porteño, también a cargo del Ministerio de Justicia y Seguridad de la ciudad, tuiteó: «Es hora de discutir la Ley Penal Juvenil, no pueden entrar por una puerta y salir por la otra. Tiene que haber consecuencias para todos los delincuentes que desprecian la vida y que están dispuestos a todo». Un tiempo después el secretario de Justicia y Seguridad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Marcelo D’Alessandro, se preguntaba por qué un menor de 15 años está dispuesto a robar y matar a una persona, y se contestaba que lo hace por el grado de impunidad que tienen porque saben que no tendrán consecuencias”
La víctima era médico, tenía solo 37 años, padre de 4 hijos. Toda vida arrebatada duele, las características de esta sensibiliza un poco más. Toda muerte nos duele, que haya sido por una bicicleta nos brinda más elementos para el debate
El hecho nos invita, nuevamente, a argumentar sobre un tema recurrente: inseguridad y castigo a menores. Lo ocurrido en Ciudad de Buenos Aires no difiere mucho de lo que sucede en otros puntos del país, inclusive en Santa Fe y nos da la posibilidad de pensar juntos sobre un tema que solemos gambetear y se lo dejamos a los sectores más conservadores que resumen toda solución al castigo para con el que delinque.
La primera reflexión que uno hace pública y que, es posible que más de un oyente y hasta uno mismo haya repetido es la falta de entendimiento ante tanta violencia. Lo de siempre, no solo te roban, también quieren matarte: ¿por qué si la víctima accede a entregar lo que se le pide, si ya no hay resistencia igual la acción es la quita de la vida? La verdad no hay muchas respuestas. La sociología, la política intentan salir y tratar de buscar explicaciones de trasfondo social pero , sentimentalmente, la indignación puede más. Una primera y posible explicación se sustenta en que hay un sector de la sociedad que diariamente sale a delinquir sabiendo que posiblemente no regrese a su casa y, si este es el pensamiento, si poco sentido se encuentra a la propia existencia, seguramente menor será el que se encuentre a la ajena.
Aún así, y siendo válido el intento de buscar explicaciones, la agresión y muchas veces la quita de vida de muchos laburantes, pibes y pibas, y de tantos otros pueden más que muchos tratados sociales que intenten explicar la marginación como causal de violencia inusitada.
De todas maneras, los que trabajamos con el pensamiento, la palabra, los que hacen política, los que leen la problemática social, están (estamos) llamados a aportar explicaciones que trasciendan los argumentos que desbordan en la cola de una verdulería y fundamentalmente debe obligarnos a abordarlo desde otro lado –aunque por momentos cueste- al que lo hacen ciertos sectores reaccionarios. Encarar el tema desde un lugar que no sea vinculado al discurso militarizado y policíaco. Tampoco puede hoy ya avalarse lo que desde algunos lugares se ha planteado en cuanto a que no vivimos inseguridad y que lo que realmente existe es una sensación de inseguridad. Los hechos por sí solos dieron por tierra este argumento. Es cierto: a veces la única verdad es la realidad, y la realidad de estos días afirma que no hay “sensación” de inseguridad, sino que, por el contrario mas que “sensación”, más que una acción psicológica o un delirio social, se vive con miedo, se vive inseguro.
Hasta el momento, y con casos concretos y dolorosos de inseguridad, la respuesta ha sido casi siempre la misma: compra de patrulleros, nuevos cargos en la policía, un nuevo perfil en la educación a los nuevos integrantes de las fuerzas de seguridad para tener una nueva institución policial, entre otros en las que podemos coincidir pero que a esta altura, sabemos, no alcanza.
Si solo se tratara de un tema cuantitativo, o sea, si a mayor numero de hechos delictivos, la única respuesta es mayor número de efectivos policiales., vale preguntarse si no llegará un momento en que tengamos una fuerza policial en números exorbitante, tan exorbitante, como hechos y sujetos delictivos -también- existan.
No es la primera vez que, ante una ola de hechos violentos, la propuesta oficial cae en la misma simplificación. A un tema que, evidentemente es social, se lo quiere combatir con una solución cuantitativa. y no siendo uno un especialista en tan complicado tema, uno ha leído, ha entrevistado a gente que hace años viene pensando y discutiendo el hecho y se coincide que,ante un tema social, no se puede aportar como solución términos cuantitativos, sino cualitativos.
Nuestras ciudades están regados por patrulleros o uniformados caminando , y en parte, es lo que reclama el ciudadano, la pregunta necesaria y a la luz de los hechos es si esta actitud es la correcta. ¿Alcanza?. ¿Sirve? O más grave aún: ¿qué haremos como sociedad: tendremos tantos uniformados patrullando la ciudad como habitantes existan?. Y, si se quiere ser más pragmático aún: ¿No es esta una película que ya vimos? ¿cuántas veces se planteó como solución ante el tema inseguridad la presencia efectiva de más policías en las calles? , ¿sirvió.?
La verdadera discusión parece no salir a la luz. Los verdaderos interrogantes parecen no aparecer: ¿Qué nos pasó, que hicieron con nuestros hombres y nuestras mujeres, con nuestra pibada, en que nos hemos convertido, porque vale tan poco la vida, que le proponemos a nuestros jóvenes , se puede vivir rodeados de alarmas, rejas y perros, con armas en nuestros hogares, desconfiando permanente del otro, con dobles cerraduras y encerrados apenas oscurece?
No, no se puede.
Y aún así el tema no solo nos convoca, nos duele. Los números de hijos e hijas, padres, amigos y amigas que perdemos nos hieren. Familias enteras están destruidas y nunca más serán lo que fueron. No son solo datos, solo números, son vidas.
Aunque resulta frío es importante hablar de números, pero de todos: los de las causas y también los de las consecuencias.
Veamos
Los números no son amigos de la radio, pero resulta imposible no tenerlos en cuenta en este tema.
Según los datos suministrados por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, a septiembre de este año más del 30% de los hogares de nuestro país viven por debajo de la línea de pobreza, esto quiere decir que el 41% de nuestros habitantes son pobres y más del 10% son indigentes. Si lo ponemos en números de personas son casi 12 millones de habitantes.
En cuanto al Gran Santa Fe, los números son dramáticos: casi el 43% de los pobladores son pobres y el 11% son indigentes. En solo un año tuvimos un 4% más de pobres y desde el 2016 la cifra va en aumento.
Hoy se habla, nuevamente, en modificar la edad de punibilidad. Veamos entonces que pasa con nuestros pibes y pibas en la provincia invencible de Santa Fe. El 64% de los niños y adolescentes menores de 17 años viven en hogares pobres. Cerca de 2 millones de estos chicos padecieron hambre en algún momento de este año que es como lo catalogan las frías planillas de cálculo cuando los menciona como menores con «insuficiencia alimentaria severa»
La radio nos invita a ser gráficos. Si quisiéramos ubicar a los pibes y pibas que tiene hambre en la provincia de Santa Fe necesitaríamos 14 veces las 4 canchas de futbol (Rosario Central, Newells, Colon y Unión)
La muerte de Dimitri, el médico armenio que circulaba en su bicicleta, nos da mucha bronca a todos, nos duele y realmente no nos nace más que desprecio por aquellos que generaron semejante acto cobarde y cruel. Igual debiera ser la reacción que nos genere la muerte por desnutrición de chiquitos que no pueden sobrevivir por causas de miseria social o la marginación de casi todo que miles de pibes y pibas sufren diariamente
Los datos son indignantes y generan preguntas: ¿cómo es posible que en una de las provincias argentinas en las que más recursos y alimentos se generan haya 2 millones de chicos con hambre y se sumen al sub mundo de la delincuencia y la droga para enfrentar el hambre, el frío y el cansancio?.
Seguramente, desde algún lugar se me dirá que la pobreza no necesariamente debe traer como consecuencia el delito, ¿pero qué puede pasar cuando a la pobreza se le suma marginalidad, hambre, droga, falta de educación, racismo, exclusión y sobre todo ausencia de perspectiva? Seguramente es un cóctel demasiado agresivo para no esperar que el resultado sea, también, agresivo
El diagnostico ya se conoce. El problema no es que falten alimentos, oportunicdades, sino que la población no dispone de dinero para adquirirlos y los niños santafesinos siguen pagando por la desatención de las políticas estatales. Lo que falta es preocupación y creatividad de nuestra clase dirigente para modificar esta problemática.
Por cada pibe que no come, que no puede ir a la escuela, por cada padre que no trabaja, que está todo el día sin ocupación alguna, cobrando un plan social que no alcanza para nada y percibiendo que su presente es oscuro pero que su futuro es igual o peor, que ya sabe que su padre y su abuelo vivió lo que él vive, y ve como su hijo, también va a sufrir la misma realidad, estamos generando un potencial clima de inseguridad.
Son ya tres generaciones que están en la misma y cruda realidad.
Que se entienda bien, no se está justificando el delito, ni siquiera se simplifica que la pobreza trae como única salida, la delincuencia, solo se están buscando otras salidas que no sean las mismas de siempre, que, al menos, ya demostraron su ineficacia.
Horas de discusiones, dinero gastado en asesoramientos, planes, proyectos y sueldos podrían volcarse a otras salidas. Si todo este esfuerzo, activo e intelectual, se destinara a ver cómo hacemos para que nuestros hombres y mujeres estén ocupados, puedan planificar sus vidas, vislumbren futuro. Si ser joven no se tratara solamente de una edad biológica que desaparece con el tiempo, si por el contrario ser joven fuera la posibilidad de especializarse para ser motor de una sociedad distinta, si casarse o vivir en pareja no fuera también una utopía casi irrealizable, si aquellos que están en la plenitud de la vida tuvieran un lugar donde crear, trabajar, luchar y, fundamentalmente, un lugar en el mundo. Si el tiempo que muchos ocupan en nada, lo pudieran ocupar en algo, si la basura fuera solo deshecho y no almuerzo y cena de muchos, si en vez de estar preocupados por la construcción de nuevas cárceles, el esfuerzo económico se centrara en la edificación de fábricas y emprendimientos productivos, seguramente viviríamos otra sociedad, como la que alguna vez vivimos, como la que alguna vez fuimos.
Por el contrario, si se sigue insistiendo en tratar y combatir un problema, evidentemente social como si fuera mágico, azaroso, casual. Si la inseguridad y la violencia solo son parámetros estadísticos o meramente numéricos, no alcanzaran edificios convertidos en cárceles, ni uniformados patrullando nuestras calles, ni alarmas, perros, cerraduras y cuanta estrategia se lleve a cabo para protegerse del otro.
Y fundamentalmente, si el estado (cualquiera, el nacional, el provincial o el municipal) están ausentes de esta realidad, seguiremos lamentando, cada día, la muerte de semejantes, rezando para que no nos toque a nosotros, obnubilados, sin poder reflexionar mas allá de frases emotivas y sentimentales, sin poder reflexionar sobre las causas y suponiendo que, mágicamente, que bajando la edad de punibilidad, imponiendo la pena de muerte o construyendo más cárceles, viviremos mejor.
Una vez más, lamentablemente, el árbol… nos tapa el bosque.